El concepto de “realidad aumentada” es uno de los más empleados y festejados por los tecnófilos desde hace un par de años, aunque suponga un absoluto disparate desde un punto de vista ontológico (Ontología: ciencia que estudia la realidad y el ser, lo que es): la realidad ni se aumenta ni se disminuye, es la que es. Y tan válida y rica (o más rica, si me lo permiten) es la que observamos a diario sin necesidad de aplicar informática como la que aprehendemos a través de unas gafas que nos suministran instantáneamente información acerca de lo que tenemos (o no) delante.
El hombre renacentista aumentaba la realidad. El hombre contemporáneo la recibe ya aumentada.
Dejando a un lado la filosofía: como ya es sabido por todos, Google sigue desarrollando sus gafas de realidad aumentada (las Google Glasses) en colaboración con Mountain View y ya le están saliendo novias para sacarle provecho fotográfico.
La primera en hacerlo, como no podía ser de otra manera, es Instagram, que bajo el nombre de Glassagram pretende aplicar filtros a nuestra visión aumentada de la realidad conectándonos continuamente a un servidor en el que la compañía se encargará de devolvernos de inmediato las fotografías que hagamos con nuestras gafas.
La necesidad de que los filtros se apliquen en línea y no desde las propias gafas es bien sencillo: las futuribles gafas no tendrán la potencia de procesado de un teléfono, por lo que no podremos trabajar con imágenes offline.
Evidentemente, todo esto no es sino un buen saco de nociones abstractas que aún carecen de sentido, puesto que las gafas no se comercializarán hasta el año 2014; sin embargo resulta interesante, ya que da buena cuenta del provecho que se le puede sacar a la realidad aumentada desde un punto de vista fotográfico.
Ah, y se comenta que el precio de la aplicación y los filtros no pasará de los 1.500 dólares (pueden reírse si quieren).