Arthur H. Fellig (aka Weegee) es uno de esos fotógrafos legendarios que te invitan a reflexionar acerca de la naturaleza y el sentido del fotoperiodismo. Me explico: ¿es necesario ver un cadáver para narrar un deceso? ¿Dónde acaba el periodismo para dar lugar a la mera pornografía?
Weegee nació en Ucrania y emigró con su familia a Nueva York a principios del siglo XX. Autodidacta e hiperactivo, consiguió convertirse en el reportero gráfico más imprescindible de la infinita ciudad norteamericana de la única manera posible: estando siempre en el sitio adecuado en el momento oportuno.
El señor Usher disponía de un permiso para llevar consigo una radio que captaba la frecuencia de la policía, por lo que a veces llegaba al escenario de los sucesos más cruentos antes incluso que las propias fuerzas de la ley. Cuentan que llevaba un pequeño laboratorio de revelado en el maletero de su coche, para entregar sus fotografías lo antes posible.
Weegee era, por otra parte, un gran amante de la noche neoyorkina, por lo que su obra, mayormente compuesta por retratos de cadáveres ensangrentados, se complementa con imágenes de la alta sociedad fuera de sí.
En 1946, tras la publicación de su obra más relevante (“Naked City”), el célebre fotógrafo decidió trasladarse a Los Ángeles para convertirse en retratista del mundo hollywoodiense. Sus fotografías de Marilyn Monroe son, probablemente, las más reconocidas de toda su extensa producción.
Weegee empezó además a experimentar con montajes, lentes de plástico y prismas para deformar el rostro de los actores, lo que convierte su obra en una suerte de demencial caricatura de la historia de los Estados Unidos de América.
A mí, personalmente, me parece un fotógrafo tan mediocre como indispensable. Aunque, para gustos, colores.