A los que les guste la literatura conocerán un célebre libro de Jorge Semprún titulado “La escritura o la vida”, en el que narra sus vivencias tras el holocausto nazi. Bien, pues el título hace referencia a su incapacidad para afrontar la narración de sus experiencias sin renunciar a la vida misma.
Algo similar sucede en otro famoso libro de Milán Kundera que lleva por título “La vida está en otra parte”, de tal modo que parece que el hecho de crear está íntimamente ligado al abandono de la vida en tanto que vivencia.
Traigo esto a colación porque no hace mucho me di cuenta de que todos los artistas plásticos (que no literarios) que me llaman la atención son incapaces de distinguir entre su arte y su vida. Los que se ponen corbata para hacer fotos pueden ser grandes fotógrafos, pero no artistas.
El fotógrafo de esta semana, Harry Callahan, es un gran ejemplo a este respecto. Decía que si una fotografía no reflejaba tu propia vida, no merecía la pena. Había que eliminarla. No en vano, todas las mañanas salía a la misma hora a deambular por las calles para echar fotos. Y de las miles de tomas que iba realizando al cabo de los meses, sólo elegía, cuando finalizaba el año, una docena.
No creo que se tratase tanto de perfeccionismo como de fidelidad a un espíritu estético y existencial incorruptible, que dio lugar a una obra revolucionaria cuyo influjo sigue siendo patente en la actualidad.
Harry Callahan nació en Detroit y aprendió solo a hacer fotos cuando ya tenía cerca de treinta años. Su talento lo llevó a ser contratado por diversas escuelas de arte, donde contagiaba a sus alumnos su amor por la fotografía como forma de expresión pura.
Fue un fotógrafo total, en el sentido en que se dedicó con igual talento al retrato o al paisajismo, y se pasó media vida fotografiando su entorno. Su mujer Eleanor, su hija Bárbara, las calles de su ciudad, grandes espacios vacíos llenos de estructuras geométricas.
Callahan es un genio del blanco y negro, y en su estilo destacan su amor por el reconocimiento del cuerpo desnudo como una suerte de geografía llena de regiones, líneas y claroscuros; y su empleo del paisaje como lienzo sobre el que trazar paisajes minimalistas en los que la figura humana rompe el ritmo y desdibuja la monotonía. Además experimentó con diversos materiales y técnicas, como la exposición múltiple (tan mal empleada hoy en día).
A pesar de todo, creo que lo más estimable en su figura y en su obra es su capacidad para mostrar en cada foto una parte de su propia vida, su entusiasmo por lo cercano, su talento para ver en lo inmenso o en lo pequeño pequeñas señales y símbolos vivientes.