Si hace apenas un mes se nos fue la gran Eve Arnold, ahora es una de las pioneras en la fotografía de moda la que nos dice adiós. Lillian Bassman no sólo marcó la fotografía de estudio durante más de veinte años, además fue una de las primeras artistas que hizo del contraste forzado o de las imágenes quemadas un nuevo estilo.
Nació hace noventa y cuatro años (bendita longevidad la de algunos fotógrafos) en Nueva York, en el seno de una familia de intelectuales judíos. Empezó a destacar como ilustradora y diseñadora de moda, hasta que Alexey Brodovich, director de arte de Harper’s Bazaar, se fijó en ella y la animó a estudiar fotografía.
Su creatividad innata determinó su forma de comprender el medio fotográfico, y su filosofía gráfica se basó mayormente en desligar la imagen de la realidad, generando nuevos universos en los que aplicaba sin complejo procesados quemados, enfoques selectivos y contrastes forzados; una auténtica novedad para el mundo de la fotografía de los años cuarenta y cincuenta.
Trabajó codo con codo con el gran Richard Avedon, y destacó sobre todo como fotógrafa de lencería. Sin embargo, hacia finales de los años sesenta, Lillian Bassman comenzó a perder interés por la fotografía de moda. Fue la época en la que surgieron las primeras supermodelos, que eclipsaron el trabajo de los fotógrafos y mermaron considerablemente la capacidad expresiva de éstos.
A partir de los años setenta abandonó la fotografía comercial y se dedicó exclusivamente a expresar su creatividad con obras minimalistas y preciosistas inspiradas antes en la pintura y la ilustración abstractas que en las nuevas corrientes fotográficas.
En los años noventa, con el resurgimiento de lo antiguo (el amor por lo vintage), su obra volvió a ser apreciada y expuesta, y sirvió de inspiración para muchos autores contemporáneos.