Hablar de William Klein supone hablar, inevitablemente, de la dialéctica entre las reglas y la espontaneidad; entre lo normativo y la libertad; entre la mesura y el genio.
Nació en los Estados Unidos el 19 de abril de 1928, y tras estudiar pintura se enamoró de la fotografía por su capacidad para indagar en la realidad. En principio sólo se interesó por la imagen abstracta, fuertemente influido por sus estudios de arte, pero poco a poco se fue inclinando hacia un universo visual más figurativo.
Se trasladó muy joven a París, donde fue contratado por el director artístico de Vogue para realizar fotografía de moda. Ahora bien, el incorregible Klein siempre mantuvo una distancia sumamente crítica con relación al mundo del glamour. Él mismo distinguía entre sus trabajos de encargo y sus “fotos serias”.
Sin embargo, y para nuestro alborozo, terminó empleando sus “disparatadas” ideas expresionistas en el mundo de la moda, utilizando, por ejemplo, flashes inapropiados o grandes angulares en sus sesiones, rompiendo así con todas las reglas vigentes en los años 50 y 60.
Por otra parte, William Klein era un gran fotógrafo de calle. Captaba robados como pocos, y se entregó en cuerpo y alma a retratar a las gentes que pululaban por ciudades como París, Nueva York o Roma.
A finales de los años sesenta abandonó prácticamente la fotografía y se dedicó al cine, dirigiendo películas como “Mr. Freedom” o documentales como “El espíritu de Mayo del 68”.
Aproximadamente una década después volvió a coger su cámara, lo que puso de moda todo su anterior trabajo, y en el que se reconocieron una valentía, una imaginación y una capacidad de transgresión muy poco comunes.
Entre otros premios, William Klein se ha hecho con el Premio de Cultura de la Asociación Alemana de Fotografía o el Premio internacional de la fundación Hasselblad.