Como ya hemos señalado en múltiples ocasiones, la fotografía nació como un correlato de la pintura. Imitaba sus formas, sus resultados e incluso sus técnicas, y sólo con la llegada de las primeras vanguardias del siglo XX logró alcanzar la autonomía.
Claro que esto no implica que ambas disciplinas no se sigan influyendo de manera continua y que en ocasiones tengamos la suerte de disfrutar del trabajo pictorialista de fotógrafos como Pierre Gonnord.
El autor francés (afincado en Madrid, por cierto) es una de las máximas expresiones del pictoralismo contemporáneo, y para que os hagáis una idea de por qué, sólo tenéis que echarle un vistazo a la imagen que corona esta entrada.
La presencia de las texturas, los colores y las luces de los grandes del Barroco (especialmente Velázquez, Rembrandt y Ribera) en sus fotografías son asombrosas, y nos llevan a pensar que el artista francés es un genio de la luminotecnia.
Sólo controlando de manera completamente magistral las luces se pueden obtener esos tonos. No hay retoque, filtro o procesado capaz de generar unas atmósferas tan genuinas.
Por otra parte, la obra de Gonnord se caracteriza por el estudio del alma humana. Al fotógrafo afincado en Madrid sólo le interesan las expresiones que delatan lo que se esconde tras los ojos, de ahí que en sus últimos trabajos se centre de manera casi exclusiva en personajes que llevan la vida marcada en la piel, que se han visto expuestos a grandes esfuerzos y penurias.
Su obra, cotizadísima, se puede encontrar en algunos de los museos más importantes del mundo, como el Reina Sofía o el Juana de Aizpuru, y ha sido objeto de exposiciones en las galerías más célebres.
Entre otros, Gonnord ha recibido premios tales como el de la Cultura de la Comunidad de Madrid, y en la actualidad sigue trabajando en España buscando nuevos parajes y rostros que describan una realidad expresa.