Aunque el ciclón tropical “Sandy” siga causando estragos en los EEUU y los primeros análisis sigan arrojando números negros (cerca de un centenar de muertos), en lo que a nosotros nos concierne como aficionados a la fotografía tenemos un titular realmente sorprendente: Instagram ha reportado todo lo sucedido en todos los rincones de Nueva York en tiempo real, llegando en estos momentos a las 300.000 imágenes y alcanzando un pico de subida de fotografías a la red de 10 fotos por segundo.
¿Qué implica este dato? Pues, ante todo, que las posibilidades de una aplicación que tiene poco que aportar al mundo de la fotografía artística (que me perdonen los fans de Instagram: no veo arte en fotografías tomadas automáticamente) sí pueden resultar muy productivas para el mundo de la información o la fotografía documental.
Mientras las distintas cadenas de televisión tienen que mover un complejo infraestructural pesado, caro y lento, Instagram dispone de un número casi ilimitado de pequeñas células que actúan de forma inmediata, independiente y barata.
Y lo que es más importante: cada “instagramer” aporta su visión particular, subjetiva; sin coacciones ni líneas editoriales, desde la propia vivencia de lo que está sucediendo.
La creación de esta nueva forma de periodismo (que no será considerada como tal por los profesionales de los tabloides) ya se está estudiando en las facultades de Ciencias de la Información, y está conduciendo además a un replanteamiento de las políticas informativas de muchos medios.
Y es que, cuando las nuevas generaciones confíen antes en lo que se narra en una red social como Instagram que en lo que se cuenta en un diario, los periódicos empezarán a tenerlo realmente crudo. Ya no sólo tendrán que asumir la muerte del papel (que se viene anunciando desde hace veinte años), sino también la de la figura del periodista profesional, del reportero de a pie que pregunta a los afectados por lo sucedido: ellos mismos podrán dar a conocer lo que ocurre de forma inmediata.