Tras el chascarrillo de ayer (sorry), hoy volvemos a la tónica de siempre y cerramos la semana con la revisión de una de las mejores fotógrafas de todos los tiempos: la norteamericana Cindy Sherman.
Y es curioso, porque si bien no se trata de un genio de la técnica fotográfica (de hecho no pudo entrar en la escuela de fotografía debido a ello), plasma como muy pocos otros artistas el mundo contemporáneo, la realidad considerada como un proceso post-moderno.
Nació en New Jersey y estudió pintura para luego interesarse por la fotografía; sin embargo, tuvo que inclinarse por los géneros más abstractos para ser admitida en una academia.
Esto no dificultó el desarrollo de un concepto de la imagen completamente diferente a lo que se venía haciendo hasta el momento.
Así, a mediados de los años 70 se dedicó a hacerse autorretratos de una manera compulsiva, en diferentes contextos y con distintos atuendos; llegando incluso a disfrazarse o a travestirse para dar rienda suelta a una suerte de pensamiento alterado.
Bien familiarizada con las distintas vanguardias y corrientes de pensamiento que poblaron el siglo XX, la fotógrafa lleva a cabo con su obra más determinante (la que parte de su famosa serie “Untitled Film Stills”) una revisión del concepto de identidad.
Al contrario que Francesca Woodman, Sherman no pretende retratarse a ella misma para dar con su esencia o su sentido, sino que se fotografía para ver hasta qué punto es capaz de diluirse en las apariencias, hasta qué punto es capaz de ser otras personas gracias a la situación, el maquillaje o la ropa.
Desde un punto de vista puramente estético, Cindy Sherman suele buscar con su cámara unos encuadres, unos colores y un tratamiento muy similares a los empleados en el cine negro.
Su obra se halla presente en los principales museos modernos de todo el mundo, y se han dedicado cientos de libros y estudios a su forma de concebir el yo y el otro.