Un paisajista no tiene por qué ser siempre el fotógrafo que se adentra en la Naturaleza a la caza de la instantánea perfecta. Por supuesto que otros conceptos son posibles y uno de los más practicados, a veces por mera necesidad, es el de fotografiar el entorno urbano.
La ciudad es cotidiana y rutinaria y a la vez es megalítica y un tanto mastodóntica. Prisas, velocidad, impersonalidad, rigor, frialdad… son motivos muy apegados a la idea de urbanismo, que no de urbanidad.
Sin embargo la foto de la ciudad también tiene su encanto y a menudo nos ofrece posibilidades infinitas. El primer consejo es que te fijes en un detalle parcial de la escena, que no trates de captar todo lo que ven tus ojos, porque en este sentido la ciudad es capaz de doblegar a la cámara, sólo por el hecho de que no se va a ver dotada del resto de los sentidos, al margen de la vista, que a nosotros nos satura y crea emociones muy “extrañas”.
Esa es la razón principal para que evites distracciones en la escena y te centres en los contrastes que puede ofrecernos la fotografía urbana.
Aunque para el fotógrafo de ciudad cualquier hora es buena, lo cierto es que el mejor momento del día se encuentra en las primeras horas de la mañana, cuando el sol permite una luz que impregna a los edificios de un brillo y un toque más cálido.
Además uno no debe olvidar que la ciudad es un sitio para experimentar con los contrastes más exagerados, tanto en el caso de luces y sombras como en el tema de antiguo y moderno a la vez.
Permite que la cámara capte nuevas perspectivas y dale otro punto de vista a lo que enfocas y que cada día ves de la misma manera y, por supuesto, no olvides que los volúmenes de la ciudad se prestan activamente a que experimentes con el blanco y negro.