Hay pocos fotógrafos que hayan generado tantos ensayos sobre el contenido moral de la fotografía como Diane Arbus (Nueva York, 1923-1971). De hecho, se trata con toda seguridad de la artista que mejor ha trascendido el orden puramente estético desde el que se suele observar una foto para ingresar en el terreno de la ambivalencia moral.
Nació en el seno de una familia adinerada y cultivada (su hermano era poeta). Se casó muy joven con Allan Arbus, con quien se dedicó al negocio de la fotografía de moda hasta que algo se le rompió dentro y decidió abandonar a su marido y emprender una insólita carrera como retratista de la deformidad y lo marginal.
La extrañeza que se desprende de cada uno de sus trabajos la llevaron a ser comparada con Franz Kafka, lo que no es del todo desacertado si se considera la sensación de absurdo que rodea su estudio de la rareza y la desubicación.
Famosos son sus retratos de gigantes, enfermos mentales, enanos o prostitutas; aunque lo más interesante (en mi opinión) de su obra es su capacidad para hacer parecer a personas corrientes deformes, enfermos o extraños. No en vano, la escritora Susan Sontag le dedicó en 1973 un duro ensayo titulado “Freak Show”; luego se descubrió que la propia Arbus la había retratado años atrás.
Este juego con la extrañeza y la deformidad me recuerdan más que a Kafka a Francisco de Goya y sus pinturas negras, ya que parece una búsqueda del lado más oscuro de una cultura decadente.
A nivel técnico, Diane Arbus hacía justamente lo contrario de lo que debe hacer un buen retratista: situaba a los retratados en el centro de la imagen, rebotaba el flash (se la considera la inventora del flash de relleno) para resaltar sus deformidades y rechazaba cualquier forma de espontaneidad para que sus retratados mirasen a la cámara o adoptasen posturas forzadas.
Fue la primera fotógrafa de la historia seleccionada para participar en la Bienal de Venecia en 1972, un año después de su suicidio.
Lo más interesante de la obra de Arbus se encuentra en su capacidad para suscitar en el espectador una sensación de desasosiego y ambivalencia. Uno nunca sabe si Arbus retrata la deformidad de la naturaleza humana sin más o si trata de hallar en sus marginados cierta bondad. Su posicionamiento moral ante la locura o la enfermedad es inexistente y deja en manos del que mira sus fotografías la decisión acerca de la naturaleza moral de sus retratos.
En este sentido, Diane Arbus supone una lección acerca del poder de la imagen. Nos recuerda (como Cortázar) que es en último término el espectador el encargado de generar el sentido de ésta, y que una cámara fotográfica es mucho más que mera tecnología al servicio de la reproducción inocua de instantes.
Norman Mailer, a quien retrató, dijo de ella que “darle una cámara era como darle una granada a un niño”.
[…] La cinta, dirigida por Steven Shainberg en 2006, cuenta con Robert Downey Jr. (lo mejor de la película) y Nicole Kidman (aficionada a encarnar figuras artísticas que le quedan grandes) en el papel de la genial fotógrafa norteamericana Diane Arbus. […]