Una de las razones por las que muchos usuarios novatos comienzan a distinguir entre una foto sacada por una cámara o un fotógrafo no profesionales y una foto bien hecha es el bokeh. La mayoría de las cámaras que no disponen de modos manuales de disparo ofrecen modalidades de captura que van desde las fotos de paisaje y los retratos hasta las fotos nocturnas. Una gran versatilidad que se traduce en falta de especificidad y que implica una serie de limitaciones.
En las cámaras compactas, el objetivo es un todo terreno que debe cubrir todas las opciones a partir de unas dimensiones y unas prestaciones muy limitadas. Es por ello que resulta muy complicado que un objetivo tan diminuto sea capaz de hacer tanto fotos de paisajes como retratos con un buen bokeh.
La razón es la siguiente: el bokeh se produce cuando un objetivo es capaz de ofrecer una apertura muy amplia, recibiendo información detallada de lo cercano y desdibujando el fondo. Tendrá, por tanto, un número f muy reducido (2,8, por ejemplo), lo que no es adecuado para la fotografía de paisajes (para fotografiar una puesta de sol se recomienda utilizar un número f de 8, aproximadamente). Ésta (la fotografía de paisajes) necesita una apretura pequeña que capte toda la información que aparece en el visor (o en la pantalla). Así, el objetivo de una cámara compacta debe cubrir todos estos espectros, sin llegar a destacar en ninguno de ellos.
En el mundo de la fotografía profesional y semi-profesional no existe este problema, ya que tan importantes (o más) como el cuerpo de la cámara son los objetivos intercambiables. Existe un objetivo concreto para cada tipo de fotografía, que posee una apertura y un diseño adecuado para cada circunstancia concreta.
Así, aunque un objetivo específico para el retrato (como la focal fija de 50 mm con un número f de 1,4) pueda hacer también fotos de paisajes, éstas no quedarán tan bien como una hecha con un objetivo diseñado para ese propósito.
El bokeh, como ya hemos señalado, es un efecto fotográfico que consiste en destacar aquello que se enfoca sobre un fondo que se desdibuja, logrando así una gran expresividad y acentuando el centro de atención sobre el que debe fijarse la mirada.
Es especialmente útil para el retrato y las fotografías macro (aquellas en las que lo fotografiado aparece en la foto más grande que el objeto real sobre el que se ha disparado), y ofrece todo un abanico de posibilidades.
Así, no se trata sólo de destacar lo enfocado sobre lo desenfocado, sino de elegir bien la manera en la que se desenfoca el fondo. Es necesario imaginar lo difuso como un elemento más de la composición de la fotografía. El fondo aporta tanto como lo enfocado, y hay que trabajar muy bien la perspectiva para dar con unos colores difuminados que aporten algo al conjunto.
¿Te gusta el bokeh? Pues estupendo, ya te puedes ir planteando dar el salto a una réflex.