La fotografía de conciertos es uno de los géneros fotográficos más frecuentados por los amantes de la fotografía. Una buena imagen del cantante o el guitarrista o el violinista de turno produce una satisfacción sin parangón en el fotógrafo, ya que implica la consecución de un logro técnico extremo.
Como ya sabemos todos a estas alturas de la película, la fotografía consiste siempre en un pulso estético entre la apertura del diafragma, la velocidad de obturación y la sensibilidad del sensor (o la película). Ahora bien, en la fotografía de conciertos, esta compleja relación se ve complicada por las peculiares condiciones en las que se suelen celebrar los eventos musicales.
Para empezar, la iluminación del escenario suele ser precaria y cambiante. Por mucho que prepares el disparo imaginando unas condiciones dadas, éstas siempre irán variando a medida que se desarrolle el espectáculo. En ocasiones, las luces estallarán y sobreexpondrán tus fotografías, en otras, el cantante querrá intimidad para contar sus cosas y se quedará en penumbra, arruinando esos parámetros que habías preparado.
Otra dificultad añadida se encuentra en el movimiento de los artistas. Por desgracia, no todos los músicos son como Joaquín Sabina o María Dolores Pradera y se mueven durante su actuación, por lo que el enfoque y la velocidad de obturación siempre tienen que acomodarse al artista en cuestión y a sus evoluciones dentro del espectáculo.
Estas variaciones continuas en la velocidad de obturación repercuten, como es obvio, en la abertura del diafragma y en la velocidad ISO. Una gran abertura del diafragma nos garantizará más luz, pero un exceso de abertura dificultará el enfoque; por otra parte, una sensibilidad amplia también garantizará más luz, pero también implicará la presencia del gran enemigo de este tipo de fotografía: el ruido.
La luz escasa o focalizada que caracteriza el ambiente de los espectáculos musicales nos obliga a trabajar con los límites del ruido. Si habitualmente disparamos a una velocidad ISO de 100-300, en los conciertos nos vemos obligados a trabajar con velocidades que pueden alcanzar los 800 de ISO. Es decir: con un ruido asegurado.
El ruido en la fotografías de conciertos se ve además multiplicada por el hecho de disparar sobre un fondo negro, que es, justamente, donde mejor se aprecia el ruido que arrojan los sensores.
Para terminar, hacer fotos de conciertos implica enfrentarse a unas condiciones infraestructurales muy especiales. A no ser que nos encontremos en un concierto de música clásica, recibiremos empujones, nos tirarán bebidas sobre la cámara y nos pisarán los objetivos.
Además, por si esto fuese poco, es bastante probable que los promotores y los vigilantes nos impidan hacer fotos durante el evento con nuestra réflex, considerada por los guardianes de los sacrosantos derechos de imagen como el demonio mismo.
Si después de la enumeración de todas estas dificultades te siguen quedando ganas de echar fotos en un concierto, atención a la próxima entrada.
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