La delgada línea que separa la fotografía documental o periodística de la fotografía artística nunca fue tan delgada como ahora. Basta echarle un vistazo al ganador del último World Press Photo para hacerse una idea de a qué me refiero: hay que ser fieles a la realidad, sí; y contar una historia, también; pero un poco de belleza o maestría nunca viene mal para encajar mejor lo que sucede.
La revista de fotografía internacional CPhoto ha centrado gran parte de su último número en uno de los tesoros iconográficos más potentes a los que cualquier amante de la fotografía puede enfrentarse: el archivo fotográfico de la Policía de Los Ángeles.
El fondo fotográfico, del que es responsable el oficial de reserva de la policía de la citada ciudad Merrick Morton, incluye las imágenes captadas por los fotógrafos del cuerpo policial desde el año 1925 hasta 1960, mostrando las entrañas del crimen y su curiosa vinculación con la fotografía artística.
Como no podía ser de otra manera, el fondo documental incluye imágenes de asesinatos, investigaciones, recreaciones de las escenas del crimen o retratos de personajes siniestros fotografiados justo antes de ser encarcelados.
Si la fotografía forense ha terminado convirtiéndose a día de hoy en un proceso documental mecánico, en sus orígenes parece encerrar una suerte de misterio estético. Algunas tomas parecen guardar una intencionalidad más artística que documental.
Aunque lo más llamativo de estas impresionantes fotos es su capacidad de sugestión. Es prácticamente imposible observar cualquiera de estas imágenes sin empezar a preguntarse qué es exactamente lo que ha sucedido, cómo es posible que tras la expresión del retratado se esconda un asesino en serie, o cómo era Los Ángeles hace medio siglo.
En definitiva: ¿es posible desvincular el fotoperiodismo o la fotografía documental de la voluntad de estilo?