A Erwin Blumenfeld (Berlín, 1897) le tocó vivir el periodo más convulso, experimental y sugerente de la historia reciente de Europa, lo que probablemente determinó en gran parte su inquieta e interesantísima obra.
Aprendió a hacer fotos de manera autodidacta, y sintió pronto simpatía por los movimientos vanguardistas de principios del siglo XX, adscribiéndose primero al dadaísmo y luego, en los años treinta, al surrealismo parisino.
Sus primeros trabajos son poco representativos de su estilo real, ya que estaban fuertemente determinados por el aparato propagandístico anti-nazi. No en vano, tuvo que huir a Holanda primero y a Francia después para terminar siendo recluido en un campo de concentración nazi en 1940.
Sin embargo, los diez años que precedieron a su cautiverio supusieron una auténtica explosión de creatividad para el mundo de la fotografía. Erwin Blumenfeld se caracterizó, sobre todo, por su exquisita habilidad para retratar a las mujeres más bellas de la sociedad parisina.
En 1937, Cecil Beaton descubrió su obra y lo invitó a trabajar en Vogue, donde empezó a hacerse con un nombre dentro del mundo de la fotografía. La estética surrealista que impregnaba todo París hicieron de su inconfundible estilo la quintaesencia de un periodo esencial en la historia de la imagen.
La fotografía de Blumenfeld se caracteriza por su capacidad para aunar la belleza clara y limpia con la experimentación visual. Usaba innumerables filtros y experimentó con los revelados y la luz. Así, son célebres sus solarizaciones, que lo acercan mucho al trabajo de Man Ray.
Tras huir del campo de concentración en el que fue confinado, huyó con su familia a los Estados Unidos, donde trabajó en el mundo de la moda hasta que, cansado del glamour y la superficialidad, decidió volver a sus desnudos artísticos.
Murió en Italia en 1969 durante unas vacaciones.