Lo de que algo sea definitivo se presta siempre a debate, máxime cuando la tecnología avanza más rápido que nuestros juicios morales y “siempre” sea una palabra que ni debería incluirse en nuestro vocabulario de humanos con fecha de caducidad.
Pero en fin, aceptaremos el concepto de “definitivo” sólo por empatía, por lo difícil y caro que debe haber sido poner un satélite en el espacio para realizar una toma prodigiosa de nuestro Planeta Azul.
Ésta ha sido hecha desde el satélite ruso Elektro-L, y se diferencia de la fotografía que siempre hemos visto de la Tierra por dos motivos fundamentales: en primer lugar, posee una resolución de 121 megapíxeles (vaya cámara de andar por casa); y, en segundo, no es el resultado de juntar pequeñas fotografías, como sucedía con la realizada por la NASA en 1972, sino una foto de un solo disparo.
Sin embargo, lo que más me llama la atención (los físicos e ingenieros sabrán arrojar luz sobre este punto) es que la nueva “Canica azul” pesa 100 megas, mientras que la antigua pesaba 64. Sinceramente, me esperaba algo más descabellado y grandilocuente para la imagen definitiva de la Tierra.
Eso sí, la resolución de la toma es de aúpa. Para que os hagáis una idea, cada uno de los píxeles que componen la fotografía representa, de manera aproximada, un kilómetro cuadrado de la superficie del planeta. Impresionante.
Lo que también me parece sumamente interesante es que podemos acceder a esta fotografía desde nuestra casa y descargarla para disfrutar de ella como se nos antoje (aunque mucho me temo que poner el enlace serviría para bien poco; está absolutamente saturado).
Por supuesto, la misión del satélite ruso Elektro-L no termina aquí, y seguirá mandando fotos de la Tierra cada treinta minutos por lo que pueda pasar.