Berenice Abbott es una de las primeras grandes fotógrafas de todos los tiempos. Nació en Springfield (nada que ver con los Simpson) en 1898 y estudió escultura en ciudades como Nueva York, París y Berlín.
Durante el periodo que pasó en la capital francesa trabajó como asistente de dos grandes fotógrafos clásicos: Man Ray, del que heredó su amor por el Surrealismo; y Eugéne Atget, del que tomó la idea de dedicar parte de su extensísima carrera (y vida) a retratar los cambios que se estaban produciendo en la arquitectura y la fisionomía de la ciudad de Nueva York.
A mediados de los años 20 del pasado siglo estableció su propio estudio fotográfico, donde al fin pudo centrarse en su pasión por la fotografía de manera independiente y autónoma.
Tras dedicarse durante todos los años 30 a inmortalizar los barrios de Nueva York para publicar finalmente su obra más reconocida (“Changing New York”), en 1939, la inquieta autora dedicó casi 20 años a fotografiar una serie de fenómenos físicos para el Phisical Science Studie Commitee, publicando los resultados de su exaustivo trabajo en otra de sus obras más clásicas y reconocidas: “The Image os Physic”.
Aunque también se dedicó a realizar retratos de algunos de los personajes más notables de su tiempo, como el gran escritor irlandés James Joyce, siempre ha sido y será recordada por sus impresionantes fotografías arquitectónicas, que fijaron el precedente más importante en la historia del subgénero.
En lo que se refiere a su vida, Berenicce Abott terminó pasando la mayor parte de su vida en Maine con la célebre periodista Elisabeth McCausland, quien ejerció una influencia notable en su estilo y su manera de comprender el mundo de la imagen.
Finalmente, la fotógrafa murió en Florida en 1991, a la edad de 93 años (nunca dejaré de insistir en la curiosa longevidad de los fotógrafos).