Los orígenes del fotógrafo británico Richard Billingham recuerdan irremediablemente a los de otros grandes artistas como el dibujante Robert Crumb o el músico Daniel Jonhston. Artistas de un talento único cuyo trabajo se ha visto determinado de principio a fin por un singular y sórdido ambiente familiar o por una infancia marcada por peculiaridades de orden psicosocial.
Nació en el Reino Unido en 1970 en el seno de una familia enferma. Su padre era alcohólico, mientras que su madre sufría obesidad mórbida y fumaba sin parar. De hecho, el alcohol llevó al primero a perder su trabajo, por lo que tuvo que trasladarse con toda su familia a una casa prefabricada de protección social.
El joven Billingham, dotado de un talento descomunal para el arte, decidió inmortalizar las escenas que marcaron su infancia a través del dibujo (estudió Bellas Artes en la Universidad de Sunderland): retrataba una y otra vez a sus padres mientras bebían, fumaban o hacían sus cosas. Sin embargo, como no paraban de moverse, decidió empezar a hacerles fotos para luego dibujar a partir de ellas.
Poco a poco fue advirtiendo el valor de aquellas instantáneas, y terminó dedicándose a la fotografía misma.
Su primer libro de fotografías, “Ray’s A Laugh”, que contenía todas aquellas tomas de su infancia y su adolescencia, fue acogido por la crítica con un entusiasmo poco habitual.
Billingham empleó un carrete paupérrimo en una cámara pésima y el procesado era infame; sin embargo, estas taras ayudan a remarcar una autenticidad y una espontaneidad que se han terminado convirtiendo en las señas de identidad de su trabajo.
No en vano, el autor británico se ha terminado convirtiendo en el gran renovador de la foto documental, y es comparado en muchas ocasiones con la genial Diane Arbus.
Desde hace una década y media Billingham se ha especializado además en la fotografía paisajística, destacando muy particularmente su serie de fotografías “Constable Country”, con las que pretende acercarse al estilo del gran pintor John Constable.