Pues sí. Aunque resulte difícil de creer, a mediados del siglo XIX ya se hacían experimentos fotográficos y las mujeres acomodadas se dedicaban a echar fotos. Bueno, tampoco es que fuese una constante, pero sí es cierto que en aquella época las féminas jugaban un papel elemental dentro de la cultura de los países desarrollados.
Una de las más importantes y representativas a este respecto es Julia Margaret Cameron, una fotógrafa nacida en la India (colonia inglesa por aquel entonces) que hacia 1845 descubrió la fotografía y terminó centrando toda su vida en el mundo de la imagen.
Después de trasladarse a la isla de Wight con su marido, convierte su casa en un estudio fotográfico y se dedica a captar, a través mayormente de retratos, el mundo que la rodea.
Su estilo es muy pictórico, cercano al prerrafaelismo imperante en la época. Aplica a sus fotografías un ligero desenfoque que ayuda a generar una sensación onírica, aunque hay especialistas que insisten en el hecho de que dicho desenfoque no es en absoluto una cuestión de estilo, sino una tara técnica.
En cualquier caso, Julia Margaret Cameron no pretende representar la realidad, sino generar un universo propio lleno de referencias y claves. Así, por ejemplo, parece obsesionada con la frenología, y estudia, a través de sus retratos, la forma de la cabeza de la gente que la rodea para indagar en su interior, para mostrar su espíritu a través de sus ojos.
Fue comparada con Lewis Carroll y fue tía abuela de la gran Virginia Woolf, jugando un papel primordial dentro del círculo literario de Bloomsbury; sin embargo, su obra no fue apreciada en absoluto hasta bien entrado el siglo XX, cuando los surrealistas se dedicaron a buscar referentes y antecedentes a su manera de comprender el mundo.