En La Información (diario digital emparentado con el blog de divulgación científica Amazings) acaban de sacar un artículo y un vídeo interesantísimos que recogen uno de los experimentos fotográficos más interesantes que he visto en mi vida.
Se trata de un tratamiento avanzado realizado por el doctor Álvaro Bilbao (neuropsicólogo del Centro Estatal de Atención al Daño Cerebral) a una serie de sujetos con daños cerebrales que han visto mermada su capacidad para retener recuerdos recientes.
Si entendemos la experiencia vital como una sucesión ininterrumpida de fotogramas que van al cerebro, los sujetos del experimento no pueden retener los que habitualmente retenemos los que no sufrimos de daños cerebrales, de tal modo que olvidan con facilidad prácticamente todo lo que les sucede.
El experimento parte de la siguiente hipótesis: ¿y si creamos una “codificación ampliatoria”? Esto es: ¿y si ampliamos la capacidad de codificación de imágenes con la ayuda de una cámara fotográfica que supla las carencias cerebrales?
Después de estudiar durante seis meses a los sujetos del estudio, el doctor Álvaro Bilbao ha llegado a unas conclusiones realmente sorprendentes: aquellos pacientes que emplean una cámara fotográfica para retratar sus recuerdos perdidos son capaces, al cabo del tiempo, de recordar más hechos (imágenes) que aquellos que no han llevado consigo una cámara durante el ensayo.
Por supuesto, esto es sólo un resumen de un ensayo riquísimo que podéis encontrar en la página antes mencionada, pero sólo quería esbozarlo para hacer la siguiente reflexión: la fotografía transforma radicalmente nuestra experiencia de la realidad. Y no sólo cuando tomamos fotos, sino sobre todo cuando ya no miramos a través de un visor. La fotografía transforma nuestra forma de mirar.
Seguro que todos os habéis sorprendido a vosotros mismos realizando encuadres o buscando composiciones por la calle mientras paseáis, justo cuando os habéis dejado la cámara en casa. Y seguro que también habéis conocido a alguien que se niega a tomar fotografías de sus experiencias más significativas justamente para no viciarlas, para no pasarlas por el tamiz del obturador, para entregarse sin más a los estímulos de la existencia.
De esta manera, se puede concluir que, contra lo que muchos mantienen, el ojo sí se puede educar, lo que significa que también el cerebro. Aunque, como antes he descrito, también ambos pueden llegar a viciarse.