William Claxton se enamoró de la fotografía mucho antes de ser fotógrafo. Durante su infancia en la California de los años 50 se dedicó a escuchar a los grandes clásicos del jazz y a coleccionar sus retratos, iniciando, sin saberlo, una carrera que lo convertiría en el mejor fotógrafo de música jazz de la historia.
Comenzó a hacer fotos por mera diversión mientras estudiaba psicología. Sin embargo, una serie de encuentros fortuitos y la suma de noches en clubes de jazz lo llevaron a entrar en contacto con los artistas y los productores más relevantes de la escena musical neoyorkina.
En los años sesenta se convirtió en fotógrafo profesional, centrándose en el mundo del fotorreportaje. Además de realizar instantáneas en los conciertos de los grandes del jazz asistía como director de arte a la grabación de algunos de los discos más memorables de la historia de la música.
Aunque fue probablemente su sesión a Chet Baker la que cambió su carrera. Suyo es el retrato en el que el gran músico aparece con la mirada perdida y una simple camiseta blanca que inmortalizaron su imagen de artista perdido y genial.
Posteriormente, William Claxton se dedicó a fotografiar a los grandes de Hollywood, destacando muy particularmente su sesión al gigante Steve McQueen.
La obra de Claxton se caracteriza por la espontaneidad y la naturalidad. El californiano trataba a sus retratados con tal familiaridad que los desarmaba antes de acribillarlos a fotografías. Así, cuando asistía a las sesiones de grabación de discos, tardaba un buen rato en ponerse a trabajar. Primero dejaba que los músicos tocasen, que se metiesen en su papel, hasta pasar completamente desapercibido. Luego captaba la atmósfera absolutamente genuina de las grabaciones.
Por otra parte, William Claxton tenía el don de la oportunidad. Al igual que Cartier-Bresson, poseía esa sobrenatural capacidad para dar con el instante preciso en el que sus retratados mostraban un gesto único y eterno.
Murió en 2008 a la edad de 81 años.