Todos hemos oído hablar de ellas pero pocos son los que saben qué demonios es una cámara telemétrica. Desde el año 2004 a esta parte nos han llenado los ojos con réflex y compactas sin espejo de todos los tamaños y colores, llevándonos a obviar una opción tan válida como la que éstas ofrecen.
A grandes rasgos, una cámara telemétrica se puede definir como una cámara cuyo visor es directo, no diferido. Es decir: si las réflex hacen uso de un conjunto de espejos para que veamos a través del visor lo mismo que está “percibiendo” el objetivo, las cámaras telemétricas hacen uso de un visor que no hace uso de espejos, sino que nos da un acceso directo a la escena que tenemos delante.
Uno se pregunta entonces cómo es posible que sepamos qué es lo que está percibiendo el objetivo; y la respuesta es bien sencilla: el visor directo está construido y dispuesto de tal modo que percibe exactamente lo mismo que la lente.
¿Qué implica esto? Sobre todo, una mayor flexibilidad y economía de medios. Las cámaras telemétricas (las Leica son, sin duda, las más célebres), al contrario que las réflex, no necesitan de un gran cuerpo porque no tienen que albergar un sistema de espejos dentro; son más manejables y (esto es fundamental) son mejores para realizar fotos con baja luz.
Al no hacer uso de espejos, el interior de la compacta no se ve sacudida por vibraciones cada vez que disparamos, de tal modo que podemos hacer exposiciones prolongadas sin que la imagen trepide.
Ahora bien, no todo son ventajas en las cámaras telemétricas. El sistema de enfoque, por ejemplo, es menos preciso que el de las réflex, y se basa en la superposición de planos y colores; y, por otra parte, cuando miramos a través del visor no podemos apreciar la profundidad de campo (ya que estamos ante un visor directo).
Obviamente, cada nuevo modelo telemétrico viene a afinar estas deficiencias, lo que explica su exorbitado precio.