Los estudios de la percepción humana (como los gestalistas, por ejemplo) han determinado de principio a fin muchas de las reglas técnicas que rigen el mundo de la fotografía.
Así, por ejemplo, la célebre regla de los tercios sólo sigue el camino que traza la mirada humana cuando se enfrenta a una imagen. Los focos naturales de interés no se encuentran en el centro o en las esquinas de la fotografía, sino en los tercios de ésta.
Ahora bien, cuando seguimos las reglas elementales de la composición fotográfica no estamos consiguiendo una buena fotografía, sólo una toma correcta que puede decir más o menos.
Un buen ejercicio de creatividad para arrancarle las legañas a nuestros objetivos pasa por romper las reglas que rigen el mundo de la fotografía. Aunque conviene tener esto muy presente: para romper una regla primero hay que conocerla.
Romper una regla de manera inadvertida, sin que nos demos cuenta, no sirve para nada. No vamos a obtener ninguna clase de beneficio de ello. Es más, gran parte del mérito de una fotografía hecha sin querer se la deberemos al azar antes que a nuestro presunto talento.
Así pues, antes de lanzarse a romper normas es necesario conocerlas. Así, sabremos lo que estamos haciendo y comprenderemos tanto el funcionamiento y el sentido de aquéllas como cuándo es aconsejable romperlas.
La historia de la fotografía está llena de autores que han creado incluso un estilo rompiendo reglas, dejándose llevar por una intuición que parte del reconocimiento previo de aquéllas, como la eterna Francesca Woodman; así que no os cortéis a la hora de (por ejemplo) situar al personaje central de la fotografía en una esquina, de realizar retratos en los que el retratados aparece con la cabeza o los pies cortados.
Por suerte disparamos con una cámara digital, así que ni gastaremos dinero ni nos reprocharán en los laboratorios de revelado nuestros atrevimientos.