En todo el proceso creativo fotográfico hay un presunto afuera de la foto, un paso que no tiene que ver tanto con el hecho de disparar como con el hecho de procesar nuestras fotografías. Pero mucho ojo: no se trata de maquillar un resultado o de hacer un montaje (labor respetabilísima pero que, en mi opinión, tiene más que ver con el diseño o la ilustración), sino de advertir qué acabado es el que mejor casa con lo que hemos captado anteriormente con la cámara.
De este modo, editar una imagen no es realmente un proceso externo al acto creativo fotográfico, sino una prolongación de éste.
Ha de llegar un momento en el que seamos capaces de identificar la escena que tenemos delante con un procesado determinado. Antes aún de disparar debemos saber si las condiciones lumínicas, cromáticas o temáticas apuntan antes al blanco y negro o al color, al naturalismo o a los cruzados, al contraste robusto o al tránsito suave de un tono a otro.
Para ello, obviamente, es necesario familiarizarse con las herramientas de procesado con las que contamos. Por ejemplo: no es lo mismo trabajar con Photoshop que hacerlo con Lightroom (programa que me parece mucho más interesante), contar con filtros de Instagram que crear uno mismo sus propios efectos.
Una vez hayamos decido con qué programa vamos a trabajar (no recomiendo el empleo de filtros automáticos, ya que impiden justamente cualquier forma de creatividad), debemos tener muy claro qué es lo que queremos conseguir.
Uno de los grandes peligros de disponer de tantas herramientas de edición es que podemos llegar a un resultado por mero azar, sólo toqueteando, lo que sirve de bien poco. Es preferible saber qué se quiere obtener y luego toquetear para aprender cómo se hace.
Una forma de dar con procesados interesantes para nuestros trabajos pasa por mirar el trabajo de otros autores que nos interesen. Por ejemplo: el blanco y negro de Ansel Adams es sencillamente genial, y podéis encontrar en internet cientos de acciones y preajustes para conseguirlo.
Ahora bien: no se trata de aplicarlo sin más, sino de aplicarlo cuando sea apropiado para la foto en cuestión y sabiendo qué es exactamente lo que hemos hecho.
En el caso de Lightroom o Photoshop es bien sencillo: sólo hay que mirar en el histograma o en los niveles qué ha sucedido al aplicar el preajuste o la acción. Así aprenderemos qué podemos obtener de cada herramienta.
Así que este ejercicio de creatividad pasa justamente por hacer algo que no suele hacer el 99% de los usuarios de las grandes aplicaciones fotográficas: aprender a utilizar cada herramienta y experimentar únicamente cuando se sepa qué es lo que se está haciendo.
¿Qué conseguiremos con ello? Mirar a través de nuestra cámara de una manera diferente, sabiendo cuáles son todas las posibilidades que tenemos a nuestro alcance.