El divorcio que se presume debe existir entre la fotografía de encargo y la fotografía puramente artística no suele darse de una forma tan obvia y rotunda. Por muy leoninas que sean las condiciones impuestas por las empresas que buscan efectividad, ventas y un mensaje claro y transgresor, el fotógrafo no puede evitar introducir su mirada, sus obsesiones o su técnica en su producción.
Un ejemplo claro y trascendental de esta delicada relación entre la creatividad, el arte y la publicidad se encuentra en la obra del inmenso fotógrafo argentino Óscar Pintor.
Nació en San Juan, Argentina, hace 71 años, y estudió arquitectura hasta que se decantó por la fotografía y el diseño al trasladarse a Buenos Aires. Allí trabajó como diseñador gráfico hasta que un viaje a Europa y a sus mejores museos lo condujeron al mundo de la publicidad y la fotografía clásica y contemporánea.
El encuentro de Pintor con los mejores fotógrafos de ahora y de siempre funcionó como un irreversible revulsivo que desencadenó todo su talento para trazar imágenes llenas de fuerza y genio.
A partir de 1979 comienza a exponer su trabajo como fotógrafo y monta su propio estudio de diseño, publicidad y fotografía, convirtiéndose poco a poco en una figura elemental dentro de la escena fotográfica argentina y latinoamericana.
Su obra es acogida con entusiasmo en los principales museos de países como Francia, Holanda, España o Los Estados Unidos, y además es adquirida por coleccionistas privados, que pagan precios astronómicos por su peculiar manera de entender el mundo de la imagen.
Su obra se caracteriza por su fortaleza, por su capacidad para aunar disciplinas diferentes en una sola toma y su incorregible ojo, que sabe descubrir analogías, atmósferas y visiones que fascinan desde la primera mirada.