Acostumbrados como estamos a una fotografía que busca, mayormente, el impacto, la ruptura y cierta forma de violencia visual, nada mejor como echar la vista atrás para descubrir en la obra del genial fotógrafo francés Édouard Boubat unos registros mayormente olvidados: el de la serenidad, la ternura y la poesía.
Boubat nació en París en 1923 y dedicó los primeros años de su juventud a aprender fotograbado para después, tras la Segunda Guerra Mundial, adentrarse en el mundo de la fotografía.
Al contrario de lo que cabía esperar de un artista nacido al albor del existencialismo de Sartre o Camus, Boubat apostó desde sus primeros trabajos por una revisión de lo que estaba sucediendo en su país en clave poética.
Su primer trabajo de trascendencia lo hizo en España, más concretamente retratando a los peregrinos del camino de Santiago de Compostela. Posteriormente trabajó en diversos países, como Brasil, Alemania, Noruega, Japón o Corea para agencias independientes como Rapho.
Desde que dio a conocer sus primeras series de fotografías, Édouard Boubat se ganó el reconocimiento de crítica y público, participando en una exposición en el MOMA de Nueva York cuando sólo tenía 32 años.
Entre otros premios, se ha llevado el David Octavius Hill (Sociedad Alemana de Fotografía), el gran Premio Nacional de Fotografía de París o (probablemente el más relevante de su carrera) el Premio Internacional de la Fundación Hasselblad.
A pesar de que tuvo una vida longeva (murió en 1999 en Francia), su obra es prácticamente desconocida en nuestro país.
Boubat representa como pocos el humanismo fotográfico. Cada una de sus fotos ensalzan todo lo que de bueno hay en el ser humano. Este optimismo, en absoluto ingenuo, se plasma en una plasticidad exquisita que explora la poesía que reside en lo cotidiano con una técnica perfecta y una imaginación poco común.