Se hacía llamar Chucho en un acto de cinismo semejante al de Diógenes, vivía a salto de mata y murió con sólo 44 años tras matar a cuchilladas a un presunto agente de la KGB y lanzarse, a continuación, por un balcón.
La leyenda de Vitas Luckus jamás ha trascendido como tantas otras debido a la censura de los países del Este. Fotógrafo incómodo y desinhibido, el lituano era uno de los más grandes fotógrafos documentalistas y fotorreporteros de su generación; sin embargo, su afición por el alcohol, su rebeldía y su vida al margen de cualquier forma de convención lo recluyeron en el anonimato.
Ahora que su novia, Tanya Aldag, exiliada en Occidente desde la muerte de Chucho, reclama mayor atención sobre la extraña figura de su amante, la obra del lituano empieza a ponerse de moda.
Vitas Luckus fue primero un genial reportero que vivía al margen de la política. En plena dictadura comunista, lo mejor era hacer poco ruido y asumir el rol que te imponían. Sin embargo, poco a poco, y debido tanto al consumo continuado y descontrolado de alcohol como a la persecución ideológica y física de la KGB, Chucho empezó a desarrollar una paranoia que le metió en más de un problema.
Su trabajo era sencillamente genial. Pertenecía a esa serie de artistas, como Antonin Artaud o Van Gogh, que no hacían distinción alguna entre su arte y su vida. Así, su foto más famosa es un autorretrato en el que sonríe mientras se deja morder por un perro.
Tras la publicación en 1994 de una biografía escrita por uno de sus amigos (“Vitas Luckus: The Hard Way”), Tanya Aldag trabaja en un documental en el que rinde homenaje a un grande olvidado.