La importancia de la fotografía hasta la aparición de los documentales fílmicos fue fundamental durante el desarrollo de los principales conflictos mundiales. La Guerra fría entre el bloque occidental y la Unión Soviética estuvo llena de fotos, espías y anécdotas que nos acercan a un universo que parece más propio de una producción hollywoodiense que de un mundo real.
Así, el nombre de Edith Tudor-Hart aparece subrayado dentro de la historia de la fotografía como uno de los más extraños y fascinantes.
Nació en Austria en 1908 y se afilió al movimiento comunista cuando aún era muy joven, entrando en contacto con la KGB para trabajar como espía en su país primero y en Inglaterra después. Sin embargo, antes de trasladarse a Gran Bretaña estudió fotografía con Walter Gropius en la Bahuaus, adquiriendo una técnica precisa que la convirtió no sólo en una herramienta imprescindible para la Unión Soviética, sino también en una magnífica fotógrafa especializada en el documental y el retrato.
Pocos autores han sabido aunar política y fotografía como la activista austriaca. No sólo reclutó para la KGB a los principales simpatizantes del régimen comunista en Inglaterra, además confeccionó una valiosísima colección de fotografías que se caracterizan por la naturalidad y una descomunal capacidad para comunicar y narrar.
Aunque las intenciones de su trabajo sean obviamente partidistas, éste ha terminado convirtiéndose en uno de los más relevantes dentro del documentalismo moderno.
Destacan particularmente sus retratos psicológicos de mujeres y niños de la postguerra, que han pasado a formar parte del fondo permanente de la National Gallery de Londres.
Aunque se le perdió la pista a principios de los años 50, fue perseguida hasta sus últimos días, cuando murió en 1973.