Si hay algo que ha caracterizado la filosofía empresarial de Apple desde la irrupción del primer iPhone ha sido el desconcierto. Ellos son los responsables de la irrupción de los smartphones a precios desorbitados y de que Flickr se haya convertido en un sumario de fotos tontas de comida mal hecha y filtros desafortunados.
Mientras Samsung o Sony trataban de seguir la estela de la manzana, los de Cupertino se reían en sus narices implementando tecnologías que parecían completamente innecesarias y cerrando la puerta a prestaciones verdaderamente necesarias (una radio, por favor).
Sin embargo, hay que reconocer que durante los primeros años de iPhone los productos de Apple se caracterizaban por una evidente ventaja sobre sus aún débiles competidores: siempre tenían algo más. Mejor diseño, mejor sistema operativo, mejores materiales de fabricación, mayor potencia, mejor usabilidad y, finalmente, mejor cámara.
Los años que siguieron al lanzamiento del primer iPhone se convirtieron en un monólogo de Apple y su cámara. El sueño de cualquier aficionado a la tecnología era tener uno y utilizar Instagram para pasear por la red sus desventuras.
Pero desde hace más de un año las cosas comenzaron a cambiar. Samsung consiguió diseñar un Galaxy más jugoso, Android le comió terreno a iOS y, finalmente, Nokia lanzó un teléfono con una cámara infinitamente superior a la del teléfono de Steve Jobs.
Y hubo quien pensó que la cosa tampoco era relevante cuando el concepto de teléfono del Lumia 1020 tenía muy poco que ver con la esbelta figura del iPhone, o que al fin y al cabo sólo se trataba de un teléfono que emplea el sistema operativo más rudimentario de cuantos hay en el mercado (Windows Mobile); pero no, la cosa no iba por ahí.
Mientras Apple jugaba a mirarse el ombligo la competencia había invertido una barbaridad en I+D y realmente le había tomado la delantera. Porque si es cierto que el Lumia juega en una categoría diferente, también lo es que el nuevo Sony Xperia Z1 supone una patada en la cara a la compañía norteamericana: un teléfono fino, bien diseñado, con una cámara que luce una lente Zeiss, un sensor de 20 megapíxeles y que es sumergible.
Apple se jugaba mucho en la presentación del nuevo iPhone hace unos días. Le habían tomado la delantera y la cámara de su teléfono tenía que diferenciarse necesariamente de la de la competencia. Ya no valían los argumentos acerca de la resolución (¿Apple montando un sensor de 20 megas?) o el objetivo (¿Zeiss trabajando con Sony y Apple a la vez?), así que había que tirar por otros derroteros.
Así que el iPhone 5s mantiene la resolución, mejora levemente la luminosidad de su lente y mejora un elemento que suele pasar completamente desapercibido para los fanboys: aumenta el tamaño del sensor. Es decir: Apple ha hecho lo mejor que podía hacer con su cámara. Ha abandonado la lucha por los megapíxeles y ha hecho algo absolutamente sensato: depurar la resolución, eliminar ruido y dejar de hacer chorradas.
Ahora bien: esto es un suicidio. Después de abandonar el sector profesional con sus ordenadores de pantallas brillantes y de ganarse al público más llano, los de Cupertino juegan ahora a hacer algo que sólo puede interesar a los profesionales: montar una buena pero discreta cámara en su teléfono.
El público llano prefiere 40 megapíxeles a una cámara con menos ruido o con un sensor más grande. 40 son más que 8, y en el mundo de la publicidad se trata de un argumento más que suficiente para decantarse por un producto en lugar de otro.
Apple es perfectamente consciente de esto, y la tremenda devaluación que han sufrido sus acciones tras la presentación del iPhone 5s (y el deleznable iPhone 5c) no les ha cogido por sorpresa.
Resulta curioso que la mejor cámara que ha montado jamás un iPhone suene a derrota.