El tiempo siempre juega a favor de los fotógrafos. Nos es mucho más sencillo asumir el talento o el genio de un fotoperiodista de los años 40 que ver la misma valía en uno que sigue dando guerra.
Es el caso del inmenso Alex Webb, que desde hace unos años se está convirtiendo en una especie de leyenda viva y en el máximo exponente del fotoperiodismo moderno para los profesionales contemporáneos.
Nació en San Francisco en 1952 y no empezó a interesarse profesionalmente por la fotografía hasta finales de los años sesenta. Antes estudió Historia y Literatura en Harvard, aunque al final entró en contacto con el universo de la imagen estudiando Fotografía en el Carpenter Center.
Con sólo 24 años empezó a trabajar para Magnum, realizando fotorreportajes exclusivamente en blanco y negro; sin embargo, a finales de los años 70 empezó a trabajar el color (y cómo).
Enamorado de Leica desde los orígenes de su carrera, asumió el cambio de los formatos analógicos a los digitales cambiando su Leica M6 por una Leica M9, aunque conservando su objetivo fetiche: un 35mm.
Alex Webb es un curioso heredero de la filosofía del instante preciso de Henri Cartier-Bresson. El fotógrafo estadounidense viaja incansablemente a través de todo el mundo buscando escenas para denunciar las desigualdades sociales; sin embargo, lejos de rendirse a la objetividad, espera a que los protagonistas de su fotografía cuajen en un momento en el que se dé una serie de curiosas conjunciones.
Ha trabajado principalmente en países como Turquía, Haití y los que se encuentran en el trópico, y ha publicado en Life, National Geographic o el New York Times.
Actualmente divide su tiempo entre la fotografía y la docencia, y a veces se sienta en el sofá de su casa a contemplar las docenas de premios que ha recibido a lo largo de su carrera, como el John Simon Guggenheim, el Leica Medal of Excellence, el Hasselblad o el Eugene Smith.