Lo primero que llama la atención de la vida y la obra de Andreas Feininger es su flexibilidad para adaptarse a diferentes circunstancias políticas y estilísticas. Nació en París (1906), era alemán, pasó una buena parte de su vida entre Francia y Suecia, y se hizo famoso cuando se exilió definitivamente a los Estados Unidos.
Como muchos fotógrafos europeos de su generación, comenzó a hacer fotos en el periodo de entreguerras para luego abandonar Europa con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, antes de emigrar tuvo tiempo de asimilar los gestos de las principales corrientes vanguardistas europeas.
No en vano, su padre era pintor expresionista, y el propio Feininger se educó dentro de la escuela de la Bauhaus, lo que explica en gran medida su amor por la geometría.
Durante su periodo parisino, a principios de los años 30 del pasado siglo, trabajó junto al inmenso Le Corbusier, fotografiando sus edificios y proyectos, para luego montar su propio negocio de fotografía industrial en Estocolmo.
Hasta ese momento, su obra fotográfica se caracteriza principalmente por constituir una herramienta para indagar en la naturaleza de la geometría. No en vano, es de los primeros fotógrafos que se interesó por la fotografía macro.
Feininger busca relaciones formales entre objetos disimilares para generar nuevos sentidos y analogías. En otras ocasiones descontextualiza elementos para mostrar la belleza de su forma y su capacidad expresiva.
Antes de emigrar a los Estados Unidos en 1939 trabó amistad con el gran Herbert List, al que prestó su propia cámara para que se interesase por la fotografía.
Una vez en Norteamérica, Feininger comenzó a hacerse famoso gracias a su trabajo para la revista Life, que le movió a cambiar de registro y a desarrollar un género más cercano a la fotografía callejera. Sin embargo, nunca abandonó su amor por los juegos de líneas.
Antes de morir a los 93 años, recibió uno de los premios más importantes en el mundo de la fotografía, el de Cultura de la Asociación Alemana de Fotografía.