El poder sugestivo de la obra fotográfica de Hengki Koentjoro es de los más notables de la fotografía contemporánea. Basta una sola imagen de su dilatada producción para que nos sintamos inmediatamente fascinados por una forma de mirar el mundo que se repite en muy pocas ocasiones a lo largo de la historia.
Que su nombre aún no forme parte del olimpo de los genios de la fotografía sólo se debe a dos razones: sigue vivo y aún es joven.
Nació la Isla de Java, Indonesia, en 1963, aunque se trasladó muy joven a los Estados Unidos para estudiar Fotografía y Cine en Santa Bárbara, California. Empezó interesándose por el mundo del vídeo y los documentales, dejando la fotografía como mero hobby hasta que sus inquietudes lo llevaron a centrarse mayormente en ésta.
Fuertemente influenciado por la obra de Ansel Adams, asumió el blanco y negro como vehículo comunicativo. Oriundo de una región excepcionalmente rica en paisajes y mares preciosos, no pudo elegir sino el paisajismo como base de su fotografía.
Koentjoro, al igual que Cartier-Bresson, entiende el arte fotográfico como una ventana al mundo que le permite captar instantes precisos en los que cuajan una serie de coincidencias espaciales y temporales que el fotógrafo salva del olvido.
Sin embargo, al contrario que el francés, el fotógrafo indonesio centra su mirada en el milagro de la naturaleza y el agua, buscando en la escala de grises un medio para generar ambientes y estados anímicos.
Aunque empezó trabajando con una cámara Kodak analógica que le regalaron sus padres, desde hace ya más de una década trabaja con una réflex digital y consigue su espectacular blanco y negro con Adobe Lightroom, lo que supone todo un desafío para nosotros, los fotógrafos mortales.