Desde que se anunció que la genial Cristina García Rodero se iba a encargar de inmortalizar al ex-presidente del Congreso Manuel Marín saltó la polémica. Y no tanto porque lo habitual sea que nuestros políticos sean retratados a través de una pintura sino por el precio del encargo: 24.750€.
Es habitual que en tiempos de austeridad las cifras engorden su significado de manera ostensible, sin embargo, conviene tirar de hemeroteca y considerar cuánto suelen gastar nuestros políticos en inmortalizar sus gestos: el retrato de José Bono, encargado al pintor Félix Pons, costó más del triple: 82.600€.
En cualquier caso, hace dos días se colgó al fin el retrato de Manuel Marín obviando cualquier clase de protocolo. Ni el propio retratado, ni el anterior ni el actual presidente del Congreso acudieron a la cita, y sólo dos operarios se ocuparon de colgar la fotografía junto a los retratos de otros memorables políticos de nuestra democracia.
Quien quiera ver en esta polémica un correlato del desprecio de una forma de arte frente a otra anda bien desencaminado. Las intrigas del Congreso responden antes a animadversiones políticas que a cuestiones de orden estético.
Donde sí parece haber surgido una polémica más consecuente es en el gremio de fotógrafos profesionales: nadie pone en duda la valía de la mejor fotógrafa de nuestro país; pero se considera que un encargo de este tipo no puede designarse a dedo. Al igual que todas las obras que se realizan para el Estado, un retrato debe ofrecerse a concurso público, sobre todo cuando su coste lo pagamos todos los contribuyentes.
Fuente: Europa Press