Cuando uno echa dos fotos medio buenas, recibe los consabidos y presumibles parabienes de familiares y amigos y se plantea la posibilidad de empezar a echar fotos más en serio (fotos con corbata), empiezan las dudas, los sudores y las angustias.
La regla de los tercios, la pesadilla de las luces quemadas, el temor al ruido incontrolado en las fotografías nocturnas o de conciertos estriñen el obturador de nuestra cámara y la inocencia de las primeras tomas desaparece.
Una forma de recuperar la confianza en la propia intuición fotográfica (lo que se llama vulgarmente “tener ojo”) pasa por mirar las fotos de los clásicos y, más concretamente, los trabajos de los maestros de la “Street photography”.
La fotografía callejera de Garry Winogrand , discípulo de los monstruos Robert Frank (autor de “The Americans”) y Henri Cartier-Bresson (precursor del “momento decisivo”), supone un estimulante ejemplo a este respecto.
Es más, podría haber dedicado este primer post a ambos artistas, más reconocidos y brillantes que el primero (a mi parecer), pero Winogrand atesora en su obra una ingenuidad y un amor por el azar que pasan casi inadvertidos en “Los americanos” o en cualquiera de las imágenes de Cartier-Bresson, que parecen tan calculadas como geniales.
Garry Winogrand pasó la mayor parte de su vida recorriéndose Nueva York de arriba abajo, como un beatnik, disparando su Leica M4 como un poseso. Se lanzaba a cazar imágenes en las que cuajasen los elementos que convierten una mera toma en una obra de arte confiando en el azar, en la oportunidad, dejándose atrapar por las circunstancias y actuando como un ojo despistado que estaba donde debía cuando debía.
Un dato muy a tener en cuenta en la obra fotográfica de Winogrand es que éste trabajaba siempre con un gran angular preenfocado. Es decir: los deberes técnicos se los traía hechos de casa y no dejaba espacio al cálculo del enfoque. Los parámetros de la toma ya estaban definidos horas antes de la foto, sólo había que esperar a que la realidad cuajase ante sus paseos.
En este sentido, el fotógrafo estadounidense es un quebranta reglas. Sus horizontes suelen estar torcidos, los tercios se los dicta la realidad misma, y el punto de fuga vale menos que cualquier forma de azar.
Ahora que disponemos de tarjetas de memoria de capacidad casi infinita, llevamos tres objetivos en la mochila y podemos corregir cualquier toma con el software que nos parezca oportuno, figuras como Winogrand vienen a recordarnos que la fotografía es otra cosa, y que el arte está en la calle (o en el monte o en la playa o donde sea, pero en otra parte).
Cuentan que cuando murió dejó casi medio millón de fotos sin revisar.
[…] Winogrand o la música del azar fotosfera.com/2011/08/garry-winogrand-la-musica-del-azar/ por pinkmoon hace nada […]