Mark Strandquist es un fotógrafo y promotor de eventos culturales que tropezó con una idea feliz. De esas que comienzan con poco ruido pero que poco a poco adoptan otras formas, van sumando dimensiones y terminan por dar lugar a todo un sistema expresivo.
Había trabajado con delincuentes menores de edad en Washington, y decidió seguirles la pista y preguntarles, ahora en cárceles corrientes y molientes, qué escena era la que más echaban de menos de su juventud, qué fotografía les gustaría tener de cuando eran libres e inocentes.
Según fue recibiendo respuestas, se dedicó a fotografiar esos lugares y a mandarles a los reos las fotografías, para que tuviesen en su celda una suerte de ventana desde la que podían ver aquello que más echaban de menos.
La mayor parte de los presos se sintieron conmocionados al abrir un sobre mandado como una carta postal más, extraer la foto y darse de bruces contra la imagen de su libertad perdida.
Pero la idea feliz del señor Strandquist, denominada Windows From Prison, no terminó ahí. Empezó a hablar con estudiantes de fotografía y de poesía para que se escribiesen con los reos y repitiesen la operación, esta vez retratando las libertades perdidas no sólo con fotografías, también con palabras.
En poco tiempo, aquel proyecto puntual se convirtió en un proyecto que aún sigue en curso, y al que se han unido exposiciones y charlas en las que se muestra a los ciudadanos de distintas ciudades de los EEUU qué aspecto tienen los anhelos de los prisioneros.
De este modo, no sólo los reos se enfrentan a su pasado y a su libertad, también la sociedad se ve obligada a transformar su visión de los criminales. Al ver las cartas, los relatos y las fotografías, el ciudadano de a pie termina por advertir que detrás de la criminalidad hay rasgos de humanidad y sentimiento que no se pueden obviar.
Fuente: Lens Blog New York Times