Poco se puede añadir al análisis de la trama, los personajes o la dirección a secas de una de las películas más estimadas y célebres de los años noventa: “El gran Lebowski” de los hermanos Coen.
Para muchos (entre los que me incluyo) supone la culminación de una forma singular de hacer cine que mezcla el suspense más clásico made in Hollywood con el humor de las cintas de dibujos animados de la Warner (¿existe alguna diferencia entre “El correcaminos” y “Arizona Baby”?).
Ahora bien, tras esa genuina forma de pensar el cine tan propia de los hermanos Coen se esconde uno de los mejores directores de fotografía de la historia: el británico Roger Deakins.
Deakins empezó como diseñador gráfico y fotógrafo de grandes virtudes hasta que empezó a interesarse por el Séptimo Arte y estudió cine y televisión en Inglaterra. Nada más realizar su primer trabajo como director de fotografía llamó la atención de los hermanos Coen, con los que ha trabajado en casi todas sus películas.
A lo largo de los años noventa dirigió la fotografía de sus tres mejores cintas: “Barton Fink”, “Fargo” (por la que recibió un Oscar) y “El gran Lebowski”.
Roger Deakins no es un director de fotografía de estilo preciosista y uniforme como pueda serlo Storaro. El artista británico acomoda su paleta de colores, sus texturas y el uso de la luz a las necesidades del director, mostrando una capacidad genial para adaptarse a la trama.
En “Barton Fink”, por ejemplo, trabaja casi exclusivamente con interiores y luces artificiales, exagerando los colores de rostros y paredes con unas tonalidades entre chillonas y ocres que ayudan a recrear un ambiente esquizofrénico, acelerado.
En “Fargo”, por el contrario, deja a un lado los artificios para utilizar la luz natural y uniforme de los campos nevados. El blanco, la bruma y la ausencia de grandes contrastes contribuyen a generar una atmósfera monótona y cruda que subraya la trama cadenciosa de los Coen.
“El gran Lebowski” supone, a este respecto, un trabajo más arriesgado. El invento de los hermanos Coen necesita algo más que la mera histeria o la monotonía a secas.
Como todos sabemos, “El Nota” se pasa media película pendulando entre la realidad de boleras, alfombras y suspicacias, y el mundo onírico en el que cae cada vez que se desmaya.
Roger Deakins utiliza a este propósito dos paletas de colores y dos formas de iluminación completamente distintas.
Para el mundo diurno se deja llevar por cierto aspecto “retro” que recuerda indefectiblemente al gran pintor norteamericano Edward Hopper, para el que empleó lámparas amarillentas o sepia. Las escenas de interiores poseen una cualidad expresionista gracias a la utilización continua de grandes angulares y tonos apagados.
Sin embargo, para las escenas oníricas Roger Deakins utiliza unos colores vibrantes, saturados y limpios que se basan en una iluminación más propia de una sesión de estudio del mismísimo Helmut Newton. La figura de la valkiria, por ejemplo, resalta sobre el fondo negro como una expresión cabal de la perfección estética.
Aunque Roger Deakins ha realizado trabajos mucho más cotizados que el de “El gran Lebowski” (como el de “El hombre que nunca estuvo allí”), me quedo con ese juego de luces, colores y texturas entre el mundo de la vigilia y el universo de las ensoñaciones, que, curiosamente, funciona al revés de como uno imagina: la realidad es tosca y apagada; mientras que los sueños son brillantes y claros.