Lo admito: desde hace ya unos meses ando algo obsesionado con el tema de las mochilas para cámaras. Tengo dos Lowe Pro, una bien grande en la que cabe una persona pequeña y otra de dimensiones más reducidas en la que cabe prácticamente lo mismo aunque comprimido.
El problema es el siguiente: quiero algo ligero que me permita acceder a mi cámara sin tener que parar, agacharme, abrir doce cremalleras, cogerla, volver a cerrar la mochila, colocármela de nuevo sobre la espalda y, al fin, disparar. Resulta cansino y se pierde muchísimo tiempo.
La otra opción, que es llevar la cámara siempre sobre el esternón, resulta, como habréis comprobado en más de una ocasión, muy incómoda. Es más, estoy convencido de que ese bamboleo de la cámara sobre el esternón tiene consecuencias fatales con el paso del tiempo.
Por otra parte, el hecho de disponer de una mochila de grandes dimensiones termina obligándote a llevar cosas que en realidad no necesitas siempre, como adaptadores y objetivos que raramente usas. Pueden resultar útiles para una sesión concreta o para un día en otra ciudad o en el campo, pero para un paseo cualquiera resulta excesivo.
Así que, buscando por toda la red, y después de descartar opciones que me parecen poco seguras o demasiado caras, he terminado encontrándome con la bolsa cruzada que podéis ver al principio de la entrada, la Delta 400a de Fancier.
Es realmente barata (30€ iva incluido), no es del todo fea, y además permite trabajar como me interesa: con rapidez y diligencia. Siempre tienes la cámara a mano, a unos centímetros de ella, y va protegida de miradas indiscretas, amigos de lo ajeno y las inclemencias climáticas.
Por otra parte, te obliga a realizar un ejercicio crítico con tu material fotográfico: ¿qué necesitas realmente? ¿Qué tipo de fotografía vas a hacer en cada paseo?
Mañana me la compro. Así que ya os contaré cómo va cuando me llegue.