Luchador inquieto e incansable, el artista francés Marc Riboud es un claro ejemplo de cómo se puede dedicar una vida entera al retrato de lo real sin por ello rendirse a sus vertientes más oscuras.
Nació en 1923 y con sólo catorce años empezó a interesarse por la fotografía después de que su padre le regalase una cámara Pocket Kodak, aprendiendo de manera autodidacta los rudimentos técnicos del medio. Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial hizo que abandonase su estudio del mundo de la imagen y que luchase en la resistencia francesa contra la Alemania de Hitler.
Tras finalizar sus estudios en ingeniería, decidió dedicarse por entero a su pasión, aunando fotoperiodismo y fotografía humanista, seguramente marcado por sus experiencias vitalmente extremas durante el conflicto mundial.
Su habilidad para realizar composiciones de una belleza y una perfección poco comunes hicieron que en 1952 pasase a formar parte de la Agencia Magnum, recibiendo una serie de encargos que le posibilitaron visitar China o Corea del Norte, países vedados para la mayor parte de los occidentales.
Fue, asimismo, un narrador privilegiado de las revoluciones estudiantiles del 67 y el 68, y su talento, compromiso y sensibilidad lo llevaron a dirigir la división europea de Magnum a mediados de los años setenta.
Suyas son dos de las imágenes más cautivadoras de la historia de la fotografía: como la de una “Muchacha ofreciendo una flor a los soldados” y la del “Pintor en la Torre Eiffel”, que resumen a la perfección su manera de buscar la empatía a través de su cámara.
Además, supo captar como pocos la belleza de los países del norte de África, y trabajó tanto en blanco y negro como en color.
En 2003 recibió el Cornell Capa de Infinity Awards, y su obra ha sido objeto de innumerables revisiones en distintas exposiciones celebradas en todos los rincones del mundo.