Imágenes tan terribles como la que abre esta entrada denotan el inmenso poder de la fotografía, que va más allá de cualquier prejuicio, convención o lenguaje ordinario para escarbar hasta nuestras entrañas y dejar algo allí que no se puede explicar con facilidad, que escapa de políticas y tendencias para mostrar lo esencialmente humano, aquello que es común a todos nosotros.
La niña que corre desnuda a través de un camino es Kim Phuc, que acaba de ser alcanzada por una bomba de napalm lanzada por el ejército sudvietnamita en coordinación con el norteamericano en junio del año 1972.
Y el autor de la fotografía es Nick Ut, un fotógrafo vietnamita que estaba cubriendo el conflicto para la agencia estadounidense Associated Press y que observó despavorido cómo los partes de los Estados Unidos que afirmaban que en la zona no había civiles eran completamente falsos.
Nick Ut recibió posteriormente el premio Pullitzer por esta imagen, pero su labor no se limitó a inmortalizar uno de los momentos más significativos de la historia reciente de la humanidad; el fotorreportero de guerra dejó su cámara, recogió a Phuc y la llevó a un hospital, donde la dieron prácticamente por muerta y la mandaron al tanatorio.
Milagrosamente, a pesar de estar expuesta a unas temperaturas que superaban los 200 grados centígrados, la niña sobrevivió, y en la actualidad se dedica a dar conferencias sobre pacifismo y se ha convertido en un icono de la barbarie humana.
Nick Ut sigue trabajando como fotorreportero, aunque prefiere no pensar demasiado en aquella escena dantesca que le hizo famoso.
La fotografía de “La niña del napalm” dio la vuelta al mundo y supuso un punto de inflexión dentro del desarrollo de la Guerra de Vietnam. Tampoco quiero decir que fuese la responsable de que los EEUU decidiesen retirar sus tropas de la zona (ni mucho menos); pero sirvió para abrir millones de conciencias y para que ahora, cuarenta años después, nos miremos en ella con pavor para descubrir nuestra expresión más terrible.