Blancanieves es una de esas películas que, dejando a un lado el guión (bueno) o las interpretaciones (mejores), constituyen un auténtico festín para los amantes de la fotografía. Responsable de hitos del cine español como Lucía y el sexo (primera película rodada íntegramente en digital en nuestro país), Kiko de la Rica se ha convertido, junto a Maribel Verdú y Macarena García (mención aparte merece la resucitada Ángela Molina), en el auténtico protagonista de una película que atrapa durante cien minutos gracias, sobre todo, a la fotografía en blanco y negro.
La responsabilidad de Kiko de la Rica en la cinta de Pablo Berger es absoluta si consideramos que se trata de una película muda. No hay efectos de sonido ni diálogos, sólo una banda sonora a medias, subtítulos puntuales y la imagen, evocando y recreando toda la atmósfera que debe atarnos al sillón.
Sin embargo, y a pesar de haberse llevado el Goya a mejor fotografía, Kiko de la Rica no está satisfecho con el resultado (lo que os sorprenderá si veis la película): pretendía hacer un homenaje al cine y la fotografía de hace un siglo, pero las limitaciones presupuestarias le obligaron a emplear elementos ajenos a la imagen añeja de entonces.
La fotografía en blanco y negro de Blancanieves es, de principio a fin, en blanco y negro. Un blanco y negro expresionista, lleno de contrastes y rico en matices. Ahora bien: aunque el director de fotografía quiso emplear únicamente película analógica de 16mm y un solo objetivo gran angular (sí, las referencias a Orson Welles y el Gabinete del Doctor Caligari son constantes), no tuvo más remedio que tirar de digital para las escenas acuáticas y zoom para las tauromaquias.
Por otra parte, se vio obligado a grabar en color para luego pasar a blanco y negro en postproducción, ya que “grabar en blanco y negro era demasiado caro”.
El resultado, sin embargo, es asombroso. Blancanieves, desde un punto de vista fotográfico, abandona el mero homenaje para convertirse en un ejercicio kitsch en el que se mezcla lo clásico con lo moderno, el retoque con lo puro, lo expresionista con lo meramente descriptivo.
Los planos de corte clásico se mezclan con picados y contrapicados arriesgados que nos recuerdan su trabajo con Julio Medem, mientras que su tratamiento de la geometría y los interiores constituyen lo mejor que se ha hecho en nuestro país desde El Sur.
Por último, la figura de la madrastra de Blancanieves (una estilizada y genial Maribel Verdú) sirve a Kiko de la Rica para acercarse a los grandes de la fotografía de moda sin salirse jamás del tiesto, consiguiendo un todo plausible y coherente que recorre toda la historia de la fotografía del último siglo.