Londres. 1976. El desempleo juvenil alcanza cifras desconcertantes en toda Europa y el viejo sueño hippy ha muerto. Los grandes gurús de los años sesenta se han vendido a las multinacionales o han desaparecido de la faz de la Tierra, y el punk nace a partir de la desesperación y a la capacidad sugestiva de bandas como The Velvet Underground o The Stooges.
La fascinación que ejercen los movimientos contraculturales en la fotografía (recordemos a Danny Lyon y sus moteros) se agudiza justamente con la irrupción de un movimiento que hace de la fealdad y la irreverencia su santo y seña. Sin embargo, cuando echamos un vistazo a las fotografías más clásicas del movimiento punk, siempre se echa en falta cierto rigor: las imágenes suelen estar trepidadas, los colores fuera de sí, la iluminación brilla por su ausencia.
Punks, de Karen Knorr y Olivier Richon, es un libro que viene a suplir pulir precisamente estas deficiencias.
Editado por Gost Books, contiene el trabajo que ambos fotógrafos realizaron en los clubes de Londres cuando se produjo la irrupción del movimiento (es decir, hace 38 años), y supone toda una novedad en el estudio gráfico del fenómeno juvenil por su preciosismo: Knorr y Richon cuidan las luces y huyen de las fotos a salto de mata. Los primeros punks posan y hacen ostensible la presencia de la cámara mostrando su mejor gesto.
Aunque la mayor parte de las fotos se centran en toda la parafernalia que acompaña el trasunto estético del movimiento (piercings, tatuajes, peinados, cuero…), lo que más llama la atención es la ingenuidad y la belleza de los retratados. Aun tratándose de la quintaesencia de la contracultura, el primer punk era tremendamente bello y joven, premisas elementales del consumismo y la cultura de bien.
Punks se edita por ahora sólo en una edición limitada de 1000 ejemplares, y se presenta como un magnífico regalo navideño no sólo para los amantes de la fotografía, sino también para el más revoltoso de la familia.