Cuando uno cree que ya no puede encontrar más grandes fotógrafos ligados a los movimientos vanguardistas de entreguerras, va y se encuentra con la inmensa Grete Stern para constatar que el firmamento fotográfico es prácticamente infinito.
Nació en Alemania en un periodo crítico, y vivió en primera persona el alzamiento del movimiento nacionalsocialista mientras estudiaba fotografía y diseño dentro de la escuela de la Bauhaus, lo que determinó en gran medida su amor por el juego entre ambas disciplinas expresivas.
A finales de los años treinta abandonó su país de origen para vivir primero en Inglaterra y luego en Argentina, donde se estableció de manera definitiva para convertir su casa en una estancia física y espiritual en la que se daban cita los grandes autores de la época, como Jorge Luis Borges o Pablo Neruda.
Inquieta e independiente, su obra terminó decantándose por el estudio de los sueños y las relaciones simbólicas entre objetos y cuerpos, aplicando a sus impecables estudios del inconsciente esa habilidad y ese exquisito rigor tan propios de los diseñadores formados en la Bauhaus.
Aunque se especializó en el retrato del cuerpo femenino y su psicología, también se acercó a la fotografía documental y al costumbrismo, dejando una serie de documentos impagables en los que describe el mundo de los gauchos argentinos.
Su estilo es evocador, transgresivo y preciosista, acercándose en ocasiones al pictoralismo, tan vigente en la historia de la fotografía hasta mediados del siglo pasado.
A medida que se acercaba a la realidad indígena sudamericana se fue implicando cada vez más en su causa, llegando a convertirse en profesora de la Universidad de la Resistencia de la Provincia de Chaco.
Falleció a los noventa y cinco años en Buenos Aires, aunque tuvo que dejar la fotografía catorce años antes por una dolencia ocular.