William Eggleston, máximo responsable de la irrupción del color en el mundo de la fotografía, decía que la realidad es en color, y que no hay nada que podamos hacer al respecto. Con ello, el gurú pop por antonomasia venía a denotar un hecho que no por obvio deja de ser falso.
Como ya hemos señalado en muchas ocasiones, la fotografía no es una mera representación aséptica de lo real, sino una recreación de mundos de hecho y mundos imaginarios a partir de una tecnología y de un lenguaje que posee una semántica propia.
Antiguamente se disparaba en blanco y negro porque no había otro remedio. Posteriormente, cuando ya se obtuvo la tecnología necesaria para hacer fotografías en color, muchos críticos y profesionales se negaron a abandonar la escala de grises.
Como suele suceder con toda gran revolución semántica, los nuevos códigos cromáticos no encajaban en una mentalidad estética con más de un siglo de vida.
Actualmente, el blanco y negro y el color conviven pacíficamente en el afable universo digital. La mayoría de nosotros disparamos de todas las maneras posibles porque podemos, porque, aunque la realidad sea efectivamente en color, hemos asumido los códigos que integran el lenguaje fotográfico.
Ahora bien: ¿sabemos utilizar el blanco y negro? ¿No encubre el abuso del color falta de creatividad?
Me explico: utilizar colores rutilantes (cruzados, filtros a lo Instagram) hace que todo parezca, a primera vista, atractivo. Sin embargo, habitualmente, detrás de los colores no hay nada: ni una composición decente ni la expresión de una acción o un estado anímico ni la narración de una historia.
El ejercicio que propongo hoy consiste, precisamente, en preguntarnos qué hay debajo del color que tan brillantemente reproducen nuestras cámaras. Olvidar por un rato esos amaneceres preciosos o las horas azules para centrarnos en otros aspectos esenciales de la fotografía, como la ya mencionada composición o la luz, así a secas.
Obviamente, recomiendo disparar primero en color para luego virar a blanco y negro (para obtener mejores resultados); sin embargo, cuando salgamos a la calle tenemos que tener en la mirada el blanco y negro; debemos olvidar los colores para centrarnos sólo en lo que hay bajo ellos.
Como iréis viendo, el color (no niego en absoluto que sea un elemento esencial en la fotografía), en ocasiones, distrae. Resta expresividad a los rostros, hace que la perspectiva o las composiciones pasen desapercibidas. El blanco y negro, por el contrario, nos devuelve a la fotografía desnuda, a la esencia de la imagen fotográfica.
Es más, al pensar las escenas en blanco y negro aprenderemos a ver otras cosas en lo ordinario. Serán otras escenas las que nos interesen y desarrollaremos, en definitiva, otra vertiente de nuestra creatividad.