Francesca Woodman es una de esas fotógrafas que no te pueden dejar indiferente, ya sea porque te entran unas ganas irrefrenables de comprender a esa persona que se esconde tras la cámara y frente al objetivo (hacía sobre todo autorretratos); ya sea porque despierta en tus entrañas un desfile de sentimientos encontrados: excitación, miedo, sorpresa, admiración…
Nació en Denver en 1958 rodeada de artistas y aristócratas cultivados, lo que la llevó a identificarse desde muy pequeña con el mundo de las artes plásticas. Se cuenta que a los nueve años ya hacía sus primeras fotografías, y a los trece publicó sus primeros trabajos.
El motivo central de su obra es la expresión de emociones y el retrato de la identidad a partir de la obsesión y una comprensión difusa y surrealista de la realidad. Viajera incansable se sintió identificada con el Surrealismo y el Futurismo desde muy joven, con los que experimentó desarrollando una técnica transgresora e indigesta.
Francesca Woodman se dedicó durante su corta vida al retrato en blanco y negro. La mayor parte de su producción consiste en instantáneas en las que se retrata a sí misma desnuda diluyéndose como un fantasma contra paredes y puertas defenestradas. Como un personaje de Paul Delvaux, transitaba las ruinas de casas victorianas y fábricas abandonadas para mostrar la desnudez no sólo de su propio cuerpo, sino también de la realidad misma.
A nivel técnico, lo que más destaca de su fotografía es el juego con la velocidad de obturación. Woodman utilizaba exposiciones largas para difuminar su cuerpo en movimiento, que termina adquiriendo un aspecto fantasmal y retorcido. De esta técnica se desprende un incondicional amor por la analítica del movimiento: algunas partes del cuerpo son retratadas como estelas pálidas que provocan una sensación de extrañamiento.
La artista norteamericana destacaba además por su forma de tratar la luz, casi siempre sobreexpuesta; y por su manera de trabajar los entornos. Empleaba espejos, telas y texturas que la acercaban en ocasiones al Art Noveau o a lo vintage.
Aunque su propuesta plástica era innovadora y cautivadora y de que vivía en Nueva York (centro neurálgico de las vanguardias de la segunda mitad del siglo pasado), Woodman nunca consiguió hacerse con un espacio destacado dentro de las galerías de la metrópoli. Como revelaba siempre en formatos medios y pequeños, nunca pudo competir con los fotógrafos que exponían en grandes formatos.
En vida sólo publicó un libro de fotografías, y nunca consiguió abrirse paso en el mundo laboral: fue rechazada en numerosas ocasiones como fotógrafa de moda por su estilo aventurado.
En 1981, tras ser nuevamente rechazada por una firma de modas y caer en una profunda depresión, Francesca Woodman se suicidó a los veintitrés años arrojándose por una ventana de su piso en Manhattan.
Hoy en día es considerada como una de las fotógrafas más relevantes del pasado siglo, y su forma de indagar en la existencia humana a través de una técnica transgresiva le han valido no pocos seguidores. Su fotografía conceptual va mucho más allá de la mera fotografía, haciendo de las metáforas visuales su leitmotiv.
[…] nos fijamos en ejemplos como el de la inmensa Francesca Woodman, parece que su producción fotográfica sólo se fijó a lo largo de su corta vida en un solo […]