Para terminar la semana, este domingo nos enfrentamos a una película sobrecogedora y bella hasta decir “basta”. Triste, difícil, intensa y preciosista, la más célebre de las cintas del director polaco Krzysztof Kieslowski ofrece un espectáculo cromático en el que cada uno de los colores empleados en el film encierra un significado existencial y moral.
La idea de Kieslowski era la de hacer una trilogía compuesta por los tres colores que componen la bandera francesa: el azul, el blanco y el rojo, reinterpretando su significado a través de unas narraciones complejas en las que tres personajes distintos se enfrentan a su destino.
“Azul”, primera parte de la trilogía, transforma el sentido originario del color de la bandera francesa para interpretar la libertad desde una perspectiva radical, alejada del marchamo político al que quedó asociado tras la Revolución Francesa.
La protagonista del film, Juliette Binoche, queda traumatizada por la muerte de su familia en un accidente de tráfico, y a lo largo de todo el film trata de alcanzar la libertad para deshacerse de todo el dolor y la responsabilidad que siente.
El funcionamiento de los colores en la cinta es inteligente y metafórico. El omnipresente color azul que invade cada fotograma significa las cadenas de las que ha de liberarse para alcanzar un nuevo estado existencial alejado de la culpa y el dolor.
En este sentido, la dirección fotográfica del también polaco Slawomir Idziak supone uno de los trabajos más arriesgados y preciosistas de la historia del cine. Idziak despliega en la cinta todos los recursos existentes para que la imagen adopte unos tonos fríos y melancólicos, que se contraponen a las secuencias en las que el rojo y el blanco ofrecen una vía de escape a la protagonista del film.
En este sentido, la teoría de los colores de Goethe, empleada por otros directores de fotografía, se ve transformada por un nuevo impulso psicologista, que reinterpreta el sentido de aquéllos a partir de un drama contemporáneo que exige nuevos significados cromáticos.
Como ha sucedido con muchos otros directores de fotografía independientes, Slawomir Idziak terminó abandonando el cine independiente europeo para convertirse en director (a secas y de fotografía) de proyectos mucho más rentables y con unas aspiraciones artísticas muy limitadas, como en el caso de la dirección de “Harry Potter y la Orden del Fénix”