Como ya señalé en el análisis de la medición de la luz por parte de nuestras cámaras digitales y en la presentación de esa barracuda digital conocida como Canon EOS 1D X, una de las mayores deficiencias de la fotografía no analógica se encuentra en la manera en que se tratan los grandes contrastes.
Haz la prueba: coge tu cámara un día y vete a echar fotos a las dos de la tarde a un pinar con calvas. Luego intenta fotografiar (o, mejor, fotografía) un claro del bosque, con sus zonas apacibles y sombrías, sus regiones bien iluminadas y sus partes quemadas por el sol. Luego vete a casa, pasa las fotos a tu iMac de pantalla brillante (es broma) y abre en el software al que le tengas más cariño esas magníficas tomas.
Qué: hay mucho que corregir, ¿verdad? O los negros son tan negros como nuestra economía y los blancos prístinos como el Espíritu Santo o el equilibrio de tonos cojea por algún lado. ¿Sabes por qué? Muy sencillo: al contrario de lo que sucede con la fotografía analógica, la digital no es capaz de captar adecuadamente las transiciones bruscas de luminosidad. Como las máquinas son seres cabales y su función es la de interpretar lógicamente unos datos sensibles obtenidos a través del objetivo y el sensor, lo que hacen es calcular una representación equilibrada (artificial) de esas transiciones.
Por ejemplo: si enfocas una región muy oscura, la cámara se encargará de tomar los datos obtenidos a partir de ese enfoque como un dato absoluto, sobreexponiendo la escena y sumiendo las regiones no tan oscuras en unos tonos quemados, sin apenas información. Por el contrario, si enfocas una zona muy iluminada, las regiones más oscuras aparecerán negras como el carbón.
¿Y si enfocamos tanto zonas oscuras como zonas claras? Pues, en ese caso, la cámara, que es muy cuca, hará una media evaluativa de las dos zonas para ofrecer una fotografía equilibrada, en la que ni los negros ni las luces aparecen representados como son, sino como deberían ser según su implacable lógica.
Pero que no cunda el pánico. Este fenómeno es un hecho más que asumido por los fotógrafos profesionales y ha dado lugar a una técnica de retoque y procesado conocida como “contraste por zonas”.
Cuando uno empieza a procesar sus primeras fotos suele aplicar contrastes, saturaciones o niveles globalmente, como si los ajustes pudiesen aplicarse por igual a todas las zonas de la foto. Pero esto es un error muy común. Común porque somos perezosos por naturaleza; y error porque, como acabamos de explicar, las cámaras digitales (mientras la Canon EOS 1D X no diga lo contrario) no son capaces de captar las transiciones lumínicas con la naturalidad de las analógicas.
El contraste por zonas no es sino lo que su propio nombre indica: aplicar distintos niveles de luminosidad y contraste a distintas regiones de la imagen. Al contrario que el mal llamado HDR, esta técnica no es en absoluto artificial, y lo que busca es imitar la mirada humana, el reconocimiento no artificioso de sombras, tonos medios y luces.
Alguno argüirá, con cierta razón, que ya en los procesadores raw hay opciones para recuperar sombras y atenuar luces; pero no es lo mismo. Estos retoques se aplican globalmente, no por regiones.
En realidad, se trata de un método muy sencillo:
Primero hay que saber identificar las distintas regiones lumínicas que hay en la fotografía y qué sentido tienen dentro de ella. Por ejemplo: puede suceder que el cielo nublado que cubre el mar tenga una luz similar a éste. Sin embargo, nosotros que hemos estado allí, sabemos a ciencia cierta que el cielo estaba más oscuro y que las nubes destacaban sobre el fondo pálido.
¿Qué hacer en este caso? Muy fácil: seleccionamos la región correspondiente al cielo (con cualquiera de las infinitas herramientas de selección que hay en Photoshop) y abrimos una nueva capa de ajuste, en la que determinaremos su contraste y sus niveles.
Posteriormente, podemos repetir el mismo proceso con el mar, la orilla o los dos señores que corren a través de ella. Es decir: dividiremos la fotografía en zonas para aplicar a cada una de ellas el efecto que nos parezca oportuno.
Otra manera aún más sencilla de aplicar el contraste por zonas con Photoshop pasa por el empleo de las máscaras, que, aunque es menos preciso, sí resulta más rápido e incluso divertido (es como pintar una foto, en realidad).
Fijamos la atención en un elemento concreto y aplicamos el contraste que nos parece oportuno para dicho elemento olvidándonos del resto de la imagen. Una vez hemos dado con los niveles adecuados, nos vamos a la pestañita que hay al lado de “ajustes” y le damos a “máscara” y luego a “invertir”. Entonces veremos cómo los ajustes que habíamos hecho desaparecen de la imagen.
¿Se han ido? Para nada. Están tras la máscara, y para recuperarlos sólo tienes que coger una brocha blanca y pintar justamente sobre la zona para la que habías elegido esos niveles.
En cualquier caso, tampoco es necesario obsesionarse con esto de la artificiosidad de la fotografía digital. La exageración también puede ser muy útil para expresar la propia manera de comprender la realidad.