Aunque habitualmente dedicamos la entrada de los domingos a una película concreta, en este caso nos vemos obligados a centrarnos de manera específica en la obra del director de fotografía John Alcott junto a Stanley Kubrick, ya que se trata, sin ninguna duda, de una de las colaboraciones más fructíferas de la historia de la imagen.
Como cuenta el propio John Alcott, el mismo Stanley Kubrick era también fotógrafo (o lo había sido antes de dedicarse al cine), por lo que el genio neoyorkino siempre tenía muy claro qué era exactamente lo que quería en cada escena desde un punto de vista fotográfico.
Este hecho explica a la perfección que cada una de sus grandes películas estuviese repleta de retos y experimentos visuales que han pasado a la posteridad como precursores de todo el cine contemporáneo.
John Alcott realizó su primer trabajo para Kubrick como asistente de dirección de fotografía en la mastodóntica e irrepetible “2001: una odisea en el espacio” (1968). El artista británico, que colaboró a lo largo de todo el metraje, se hizo cargo de la primera parte, “Dawn Of Man”; cuando el extraño monolito negro hace despertar una chispa de conciencia en la inmaculada mente de los primeros homínidos.
Lo espectacular de esta serie de secuencias se debe, en gran medida, al empleo de un continuo atardecer (o amanecer) como fondo. Como habréis imaginado, las luces crepusculares que sumen a los personajes en preciosos contrastes de luces y colores no son en absoluto naturales.
Todas las escenas están rodadas en un estudio en el que Kubrick proyectó sobre un inmenso croma un amanecer/atardecer ya grabado. El trabajo al que se enfrentaba Alcott era, pues, complejísimo: hacer parecer dicho croma como un fondo natural con el empleo de luces artificiales y grandes angulares.
El resultado, que seguro todos conocéis ya, es sobrecogedor. Yo, personalmente, no conozco ni una sola recreación de una escena similar rodada en estos últimos cuarenta años que se acerque, ni de lejos, a la belleza del primer capítulo de “2001: una odisea en el espacio”.
Por otra parte, llama poderosamente la atención el contraste entre esta primera escena crepuscular y las luces casi quemadas, que brotan del suelo, en la última escena del film.
Se puede decir que “2001: una odisea en el espacio” supuso una especie de aprendizaje atropellado para John Alcott, que volvió a trabajar (esta vez como director de fotografía) con Kubrick en su siguiente película: “La naranja mecánica” (1971).
Cuenta el fotógrafo inglés que, aunque en este segundo trabajo contaron con un presupuesto muy inferior al de “2001”, el número de experimentos visuales que se realizaron para rodar el film son tan numerosos como los empleados en la primera odisea.
Emplearon luces artificiales continuamente para simular luces naturales. Como la luz que se colaba por las ventanas variaba a medida que transcurrían las escenas, no tuvieron más remedio que emplear focos atenuados para mantener siempre los mismos tonos.
Por otra parte, para captar la inmensidad de los espacios interiores utilizaron mayormente focales poco luminosas, de una apertura máxima de f4, además de grandes angulares para multiplicar las proporciones.
Aunque lo que más llama la atención de esta película desde un punto de vista fotográfico es el progresivo paso desde una estética brillante, limpia, saturada y cegadora a una estética decadente y realista que coincide con la reinserción social del protagonista.
Pero es sin duda “Barry Lyndon” (1975) la obra del tándem Kubrick-Alcott más apreciada por la crítica. No en vano, el film ganó un Oscar a la mejor dirección fotográfica.
Lo espectacular de esta película se encuentra en los retos técnicos a los que se enfrentaron el británico y el norteamericano: Kubrick quería captar a toda costa la luz natural y apagada de Irlanda en el interior de unas habitaciones sombrías y cálidas. La mayor parte de las escenas de interiores están iluminadas únicamente con velas, y Alcott se encargó de colocar filtros en las ventanas de los edificios para impedir que la luz externa rompiese la intimidad de las secuencias.
Pero, para captar una luz así, no bastaba con un objetivo cualquiera, así que Kubrick consiguió que la NASA (no es broma) le “prestase” una focal Zeiss de 50mm con una apertura de 0,7f ; el objetivo más luminoso de la historia.
El resto fue trabajo de Alcott, que empleó filtros de bajo contraste para atenuar las luces e incluso velos de colores para resaltar los tonos cálidos con texturas sedosas.
“Barry Lyndon” es, probablemente junto con “El Sur”, de Víctor Erice, la obra en la que más se acercan el cine y la fotografía a la pintura. En cada escena y su composición se advierte la presencia de Velázquez, Vermeer o Goya.
Finalmente, “El resplandor” (1980) es el último trabajo conjunto del irrepetible tándem Kubrick-Alcott, ya que el director de fotografía murió prematuramente, por una enfermedad, cuatro años después.
En ella destacan el empleo por vez primera de una steadycam y el uso de toda la gama de focales Zeiss (desde los 18 hasta los 85mm), además de la ausencia de zooms.
También llama la atención el paulatino paso de las luces cálidas del otoño que marcan el principio de la historia a las luces frías y blancas del invierno, que coincide con la locura (posesión) del protagonista.
Si conocéis estas cuatro películas, entenderéis por qué John Alcott es considerado como un genio de la fotografía. Un genio que además tuvo la suerte de coincidir en el espacio y en el tiempo con uno de los más grandes directores de cine de todos los tiempos: Stanley Kubrick.