Prueba a hacer lo siguiente: acércate a un coche e intenta hacerle una foto al conductor sin ninguna clase de luz artificial procurando que el contraste entre el interior de la cabina y el exterior no se coma las luces altas o bajas (contando además con los reflejos sobre el cristal del parabrisas). Difícil, ¿verdad?
Pues bien, ahora intenta hacer lo mismo de noche, ayudándote de todas las luces que puedas y procurando que el retrato del conductor tenga un aspecto natural, como si las luces de neón de la ciudad, las de los semáforos y las de los coches que cruzan fuesen las únicas fuentes de iluminación.
Pues imagínate ahora 100 minutos de película en los que la imagen de un conductor que circula a través de una ciudad iluminada por luces artificiales constituye el leit motiv de su estética.
Bien. Pues eso, y muchísimo más, es “Drive”, la verdadera sorpresa fílmica del pasado año que ha dejado cautivados a crítica y público a pesar de su violencia, su espíritu moderno y el sinfín de homenajes que encierra.
Pero empecemos con la trama: Driver es un conductor profesional que se gana la vida haciendo de doble de cine en las escenas peligrosas de conducción; trabajando en un taller y, finalmente, haciendo de “taxista” nocturno para atracadores y ladrones de bancos.
La silenciosa, “tranquila” (no es broma) y mística (tampoco es broma) existencia de Driver cambia cuando conoce a su vecina, la preciosa y delicada Irene.
Mucho se podría escribir (y de hecho se escribe) sobre la genialidad del guión o las similitudes que guarda la cinta con “Taxi Driver”, “Miami Vice”, “Ghost Dog”, “Paris-Texas” o la obra de David Lynch, pero me temo que sólo tenemos espacio para tratar en un par de párrafos el genial trabajo en la dirección de fotografía de Newton Thomas Sigel.
El director de fotografía norteamericano siempre ha sido un currante en esto del cine. Digamos que nunca ha destacado por ningún trabajo concreto, caracterizándose a lo largo de su carrera por ser un fotógrafo profesional, cumplidor, que se ha encargado de hacer verosímiles (por ejemplo) las ideas de Brian Singer en “X-Men” o de firmar algún que otro buen trabajo, como el que realizó en “Sospechosos habituales”.
Sin embargo, parece que “Drive” ha destapado algo en el director de fotografía (al igual que en el director y en el protagonista de la cinta), que ofrece en algo más de una hora y media una lección de iluminación.
Como la película está repleta de inexplicables silencios, el espectador puede disfrutar como pocas veces de unas escenas en las que cada foco está colocado con tal sabiduría que asusta. Es más, en muchas ocasiones uno no tiene más remedio que preguntarse “¿¿pero cómo ha hecho eso??”.
Además de la iluminación, hay que destacar los colores cruzados de la mayor parte de la cinta. Tonos azulones y dorados que mezclan la frialdad del cine negro con la calidez de las escenas interiores y de la grandísima Irene, de la que resaltan su delicadeza a través de unos colores pálidos y suaves.
“Drive” es, en definitiva, un espectáculo narrativo y visual que guarda dentro de sí un buen puñado de lecciones fotográficas.