“El cielo sobre Berlín” (1987) es una de las cintas más bellas que uno puede echarse a la cara; y no sólo por su impresionante fotografía, a cargo de Henri Alekan, sino también por su fantástica trama, que condujo a la realización de un paupérrimo e irrisorio remake (“City of Angels”) protagonizado por Nicolas Cage (en horas bajas) y Meg Ryan (con una lágrima prendida en la mejilla durante una hora y media).
La acción transcurre en el Berlín de la postguerra, en una ciudad triste y apagada dividida por un inmenso y lamentable muro en el que los ángeles pululan libremente, sin que nadie, salvo los niños, pueda verlos; observando con perplejidad los comportamientos humanos sin poder inmiscuirse en ellos.
El ángel que protagoniza la película se enamora de una humana, de una trapecista, y tiene que elegir entre la inmortalidad indolora de los de su género y la mortalidad convulsa de los humanos.
Como en “París-Texas”, Win Wenders se recrea continuamente en los paisajes y los silencios de los protagonistas, lo que convierten la dirección de fotografía de la cinta en protagonista absoluta de sus ciento veintiocho minutos de metraje.
Hay incluso secuencias compuestas por un plano fijo que nos invita a recrearnos en el encuadre de la escena, a buscar los detalles y a sentir las texturas de la película de una manera casi orgánica y poética.
Henri Alekan se encargó de la fotografía del film cuando ya tenía nada más y nada menos que setenta y ocho años, después de haber recibido un Oscar honorífico en 1983 por obras maestras como “La bella y la bestia” (1946), de Jean Cocteau, o “Vacaciones en Roma” (1953), de William Wyler.
Así que “El cielo sobre Berlín” puede ser considerada como su canto de cisne, como la obra en la que vertió toda su sabiduría, acumulada durante más de medio siglo de trabajo.
A nivel fotográfico, lo primero que llama la atención de la cinta de Win Wenders es el uso narrativo del color. Me explico: aunque la mayor parte de la película está rodada en blanco y negro, en ocasiones el color hace acto de presencia, diferenciando la mirada de los ángeles (blanco y negro) de la mirada de los humanos (color).
El blanco y negro de “El cielo sobre Berlín” es clásico (no podía ser de otra manera tratándose de un director de fotografía de setenta y ocho años), en ocasiones duro y altamente contrastado.
Los negros casi absolutos parecen brotar de un fondo neutro, de un blanco casi sucio y antiguo que sirve para realzar la tristeza tanto de un Berlín dividido desde la Segunda Guerra Mundial como de la mirada inhumana, desprovista de calidez, de los ángeles.
Por el contrario, cuando los colores toman el protagonismo, éstos se muestran vivos, casi chillones, y recuerdan incluso a los primeros trabajos de Eggleston. Por otra parte, el uso del color (la mirada humana) suele coincidir con escenas en las que predominan la acción y la pasión, como en el inolvidable concierto de Nick Cave con un ángel (invisible) al lado.
Para terminar, el uso de luces naturales y artificiales por parte de Alekan es magistral. Tanto en el interior de una roulotte como en el cielo mismo de Berlín, cada luz está donde debe para transmitir unas sensaciones absolutamente concretas.
En definitiva, “El cielo sobre Berlín” es una de las obras cumbres de la dirección fotográfica, y el tratamiento de la luz, el color, el blanco y negro, los encuadres y las texturas resulta ejemplar y revelador para cualquier amante de la imagen.
[…] habitualmente dedicamos la entrada de los domingos a una película concreta, en este caso nos vemos obligados a centrarnos de manera específica en la obra del director de […]