Manuel Álvarez Bravo (1902-2002) estudió artes y música, intentó hacer carrera dentro del mundo de la burocracia, pero su amor por la imagen y un encuentro fortuito con el gran fotógrafo alemán Hugo Brehme terminó conduciendo su vida hasta la fotografía.
Fundó el primer Museo de Fotografía de México y conoció a algunas de las figuras más importantes del Surrealismo, como Luis Buñuel, con el que trabajó como director de fotografía, o André Bretón, que quedó fascinado por su trabajo, en el que mezcla lo ordinario con elementos inesperados.
Asimismo, trabajó también como director de fotografía con el gran Eisenstein, con quien filmó la legendaria cinta “¡Que viva México!
Retratista de los grandes muralistas mexicanos, como Diego Rivera, montó su propio estudio y su propia escuela, apostando por la formación independiente y la libertad creativa.
Su estilo se caracteriza por el empleo limpio, sobrio y elegante del blanco y negro. Gran retratista, supo sugerir sin abandonar nunca su auténtica pasión: la descripción en clave mágica de las costumbres de su país. Además, fue gran amante de las composiciones geométricas, muy al estilo Cartier-Bresson, con el que coincidió en una exposición.
Aunque se convirtió pronto en una figura esencial dentro de los movimientos artísticos de México, su obra tardó mucho en trascender al resto del mundo. En los años setenta sus fotografías comenzaron a exponerse en museos como el MOMA de Nueva York.
Asimismo, poco a poco empezó a recibir innumerables premios de prestigio internacional, como el Sourasky Art Price, el Premio Nacional de Arte de México, el Premio Internacional de la fundación Hasselblad o el Master of Photography del IPC de Nueva York.
Manuel Álvarez Bravo pasó los últimos años de su longeva vida (vivió cien años) como miembro honorario de la Academia de Artes de México.