Antes de entrar en pormenores, me gustaría recomendar a nuestros lectores la lectura de un libro que, aunque no habla directamente de fotografía, hunde sus raíces en la distinción entre la vida y el análisis, la fenomenología y la hermenéutica, entre sentir una obra e interpretarla.
Se trata de “Rayuela”, una novela proteica que se puede leer de muchas maneras sin llegar a perder pie en ella. Un juego de personajes y lenguajes estéticos y ontológicos que apuntan a la distancia entre el pensamiento y su lenguaje y el arte y la realidad.
Por supuesto, hay libros de estética mucho más prolijos referidos a esta temática, como las “Lecciones de estética” de Schiller, la “Crítica del Juicio” de Kant o “La deshumanización del arte” de Ortega y Gasset; pero creo que siempre es más reconfortante (y sencillo) leer una novela de Cortázar que meterse con un tratado puramente estético-filosófico.
Vaya por delante que no hay ninguna necesidad de analizar una fotografía si lo que se pretende es disfrutar de ella. Es más, cuanto más se profundiza en la semiótica fotográfica más se aleja uno de su experiencia real. Cuando una foto te llega, cuando consigue sacar algo de ti, no admite ninguna clase de argumento. No hay nada que explicar desde un punto de vista artístico. Te gusta y basta. Y la experiencia del espectador no tiene por qué pasar de ese orbe subjetivo.
Ahora bien, si lo que se pretende es aprender a echar fotografías, saber analizarlas se convierte en algo necesario. Así que vamos allá:
Contenido y forma
Es lo primero que se debe identificar dentro de cualquier obra de arte. De un lado, una técnica, unos recursos; del otro, lo que narra la foto, lo que tiene dentro.
No es lo mismo retratar un moribundo con blancos y negros tenebrosos que narrarlo con colores alegres y saturados. La relación entre lo que se cuenta y cómo se cuenta cambia por completo el sentido de la foto.
Esto es esencial para saber expresarse adecuadamente a través de cualquier forma de arte. Si tu intención es expresar alegría, no puedes emplear tonos apagados o elementos indefinidos.
De hecho, es posible encontrar grandes maestros de la técnica fotográfica que no saben expresar adecuadamente una idea o un sentimiento. Así, es preferible sacrificar la técnica para ceñirse a la expresión de una idea o una emoción.
Esta diferenciación entre forma y contenido es completamente artificial (como todo análisis que se precie). La obra debe hacerse y entenderse como un todo armónico en el que cada elemento apunta en una misma dirección (aunque esa dirección sea la confusión o la ambigüedad).
A qué tipo de fotografía nos enfrentamos
El lenguaje de la fotografía varía en función del género que se trabaja. Los códigos gráficos y su significado cambian en función de la intencionalidad del fotógrafo.
El fotoperiodismo, por ejemplo, debe ser fiel a la realidad. Toda la técnica, toda la forma está al servicio de la información, de expresar claramente el contenido evitando barroquismos, excesos formales o la subjetividad. La fotografía de moda, aunque juegue con el esteticismo y permita ser creativo, siempre debe mostrar con claridad un peinado, un vestido, una joya.
La fotografía artística, por el contrario, sólo debe ceñirse a sí misma. Las exigencias formales y técnicas vienen determinadas por la subjetividad del fotógrafo, y sólo es discutible la capacidad expresiva de la imagen.
La empatía y el contexto
Una vez se ha diferenciado entre la forma y el contenido y se tiene claro a qué género nos estamos enfrentando, hay que contextualizar la fotografía, hay que empatizar con el autor o con las circunstancias que se describen (en el caso del fotoperiodismo, por ejemplo).
En el caso de determinados géneros fotográficos, es bien sencillo identificar la intencionalidad del fotógrafo; pero en el artístico, a veces resulta imposible. O al menos resulta imposible hacerlo en unos términos intelectuales.
En la fotografía surrealista, expresionista o existencialista, no se trata tanto de entender al fotógrafo como de sentir su perspectiva. Cuando uno observa, por ejemplo, “El grito” de Munch, no existe una empatía intelectual. No se pueden calcular el horror, la soledad, la alienación o el miedo. Son sensaciones que te sacuden al observar el cuadro, y ésa es toda la empatía que exige la visión de la obra.
El contexto, por su parte, puede ayudar a comprender tanto la existencia de unas temática como el empleo de unas técnicas en la obra de un artista dado. Por mucho que se pretenda hacer de cualquier forma de arte un absoluto, lo cierto es que cada manifestación estética está determinada por las convenciones sociales de una época.
Identificar la intencionalidad del autor y el contexto en que realizó la foto pueden ayudar a comprender qué es lo que dice la obra.
Qué dice la foto
En realidad, te puedes saltar cualquiera de los pasos anteriores para llegar a entender qué es lo que dice una obra. ¿Por qué? Pues porque la obra no es de quien la hace, sino de quien la mira.
Hay cientos de teorías a este respecto, pero yo creo, como Cortázar o Barthes, que el espectador es el verdadero protagonista de la actividad artística. Cuando observas una foto, te quedas con ella. Al vivirla, la estás re-creando, te estás apropiando de ella.
La técnica
Ahora bien, si pretendes ser crítico con tu propio trabajo, es necesario que distingas lo que dice una foto de cómo lo dice. Aquí es donde realmente entran en juego todos los códigos lingüísticos de la fotografía: perspectiva, encuadre, composición, color o tipo de fotografía: el lenguaje de un retrato no es el mismo que el de un paisaje.
Para analizar técnicamente una foto existe un truco bien sencillo: imagínate al autor, con su cámara, justo antes de disparar. Piensa qué velocidad de obturación empleó, a qué condiciones luminosas se enfrentaba, qué apertura empleó o si siguió las reglas de composición más elementales.
Así, antes de analizar formalmente una fotografía, es muy importante conocer cuáles son las normas esenciales a nivel compositivo o técnico: la regla de los tercios, el funcionamiento y el sentido del enfoque, la selección del balance de blancos, la trepidación o el empleo de la luz.
El procesado
El procesado debe entenderse en el análisis de una foto como su acabado, algo así como los arreglos de una canción. Para ello, hay que haber procesado antes muchas fotos, hay que dominar la técnica en Photoshop o en cualquier otro programa de edición (obviamente, hablo de fotografía digital).
El retoque de imágenes encubre a veces una técnica de disparo pobre; otras veces, responde a un interés meramente esteticista: buscar la perfección o la belleza por la belleza, desligándose del contenido real de la toma.
Aunque otras veces se emplea de una manera correcta: para reforzar la forma, para perfeccionar la relación entre lo que se quiere contar y cómo se cuenta.
La fotografía
Una vez se han realizado todos los pasos anteriormente descritos, ya se puede considerar integralmente una foto. Es el momento de poner en relación la forma, el contenido, el autor, el contexto y el género fotográfico en el que se puede encuadrar la fotografía.
¿Para qué ha servido todo esto? Sólo para aprender. Nunca insistimos lo suficiente en la necesidad de mirar fotos, y lo hacemos justamente por esto. Nunca serás capaz de entender lo que haces y cómo lo haces si antes no eres capaz de entender qué han hecho y cómo lo han hecho otros fotógrafos.
Si te gusta Francesca Woodman, fíjate en cómo desenfoca, fíjate en sus escenarios y piensa en su persona, en esa inestabilidad, en ese miedo al mundo y en ese escapismo existencial.
Si te gusta Winogrand, piensa en su filosofía del azar, no olvides que empleaba grandes angulares preenfocados, fíjate en su capacidad para ver escenas donde apenas no hay nada o lee a los beatniks.